Home Nuestra Palabra Miguel Rosales Perdiendo el tiempo…

Perdiendo el tiempo…

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Perdiendo el tiempo…

Pido la palabra

  • Lo cierto es que una gran parte del tiempo de ese suspiro (que dura la vida) lo desperdiciamos en indecisiones

Alguien se preguntaba alguna vez: ¿cuánto tiempo vamos a estar vivos? y ¿cuánto tiempo vamos a estar muertos?, la verdad es que ninguno de nosotros sabemos cualquiera de las dos respuestas, lo que sí es un hecho es que -mientras no haya pruebas en contrario- el tiempo que vamos a estar muertos se presume infinitamente superior al tiempo que vamos a estar vivos.

Entonces, si la vida es solamente un suspiro en el devenir universal ¿por qué la desperdiciamos?; en lugar de ello, vivimos en una eterna contradicción, siempre remando contra la corriente, primero quejándonos de lo que tenemos y después quejándonos cuando lo hemos perdido; desperdiciamos miserablemente las oportunidades que cada día se nos presentan y después despotricamos de nuestra mala suerte; a nuestros seres amados no los valoramos en vida pero los lloramos cuando éstos ya se han ido al descanso eterno.

Lo cierto es que una gran parte del tiempo de ese suspiro lo desperdiciamos en indecisiones; filosofamos acerca de la inmortalidad del cangrejo y buscamos la cuadratura del círculo; y cuando nos damos cuenta, ya perdimos gran parte de ese valioso tiempo que pasa y nunca regresa, nuestro futuro lo convertimos en pasado.

Ese desperdicio de tiempo lo veo en todas partes; en el trabajo, por ejemplo, durante las primeras horas de oficina se invierte mucho tiempo en nimiedades, pues es “cosa importante” actualizarse sobre las tragicomedias o series televisadas, o bien, del campeonato de nuestro equipo de preferencia, y otras cosas por el estilo; y ya por la tarde, tratando de recuperar el tiempo perdido trabajando a marchas forzadas para sacar la producción exigida.

También lo vemos en las escuelas, los alumnos, haciendo como que estudian, pero siempre con el celular en la mano, esperando llamadas telefónicas durante las horas de clase, se han convertido en esclavos de la tecnología en donde cada día crece la inteligencia artificial pero disminuye la inteligencia natural; sus tareas pasan a un segundo término y después le ruegan al maestro que se las reciba extemporáneamente “aunque valgan menos”; jueves social, días de francachela que están por encima de la responsabilidad; y de los exámenes se acuerdan solo –si acaso- el día anterior al de su aplicación.

Estudiantes que pasan horas y horas invertidas en las redes sociales, con vaguedades que solo sirven como cortina de humo de su irresponsabilidad, subiendo imágenes en donde entre amigos se transmiten consejos filosóficos, para ser feliz, para ser mejores en la vida, para amar al prójimo, y cientos de mensajes más que, si ellos siguieran cuando menos una quinta parte de lo que transmiten, nuestro país de jóvenes tendría no solo una esperanza, sino una maravillosa realidad.

Jóvenes haciendo creer a sus padres que estudian, pero convirtiéndose gradualmente en el siguiente ejército de autómatas dirigidos a los intereses de cualquier naturaleza; el tiempo perdido no es el responsable, es su falta de voluntad para decidirse a aprovecharlo; generación perdida en su tiempo lastimosamente malgastado.

Jóvenes a quienes el estrés los debilita por no hacer buen uso de ese tiempo que a cada segundo, se les agota. Para todo debe haber tiempo, en efecto, pero en tanto no sepamos priorizar nuestras responsabilidades y darle su tiempo a nuestro descanso, siempre estaremos trabajando en eterna contradicción; pues las horas laborables las descansamos; y las de descanso, no lo podemos lograr por la preocupación de no haber cumplido con nuestras responsabilidades en el momento oportuno.

Ya no perdamos el tiempo, ya dejemos de hacernos tontos, nuestro futuro incierto lo será un poco menos en el momento que decidamos hacernos responsables de todos los minutos de nuestra vida, pues al salirnos de un salón de clases sólo para deambular por el camino de la nada, equivale a una pobreza de espíritu y a un abandono de nuestros sueños

Entonces, a trabajar que el tiempo se nos acaba, solo es un suspiro, y para el descanso ya tendremos toda una eternidad.

Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está