
El día que nunca olvidaremos
La mañana había sido fresca. Pero conforme avanzaron las horas, el sol fue escalando en el cielo para quemar con todo su fulgor al filo del mediodía, nunca se había sentido tanto calor. Las calles se convirtieron en comales que a lo lejos dejaban ver la transparencia del calor que rebotaba en ellas.
No podías ir a la tienda a comprar paletas o cubos de hielo, porque de la tienda a la casa se te deshacían en las manos, no sé cuántos grados serían pero el calor estaba más fuerte que cuando me dio la menopausia, yo dije ya me volvieron los bochornos, ya siento el calor pero cuando vi que todos andaban sude y sude, me tranquilice y dije, es el sol ¡Madre mía!
Pero lo peor no fue el calorón, fueron las nubes que creímos que habían salvado la tarde pero que en realidad vinieron a complicarla; nos cayeron unos granizos bien grandes, se inundaron varias calles, algunas casas de los barrios de allá se quedaron sin una parte, y también hubo vidrios de negocios rotos por el hielo.
Saqué mi palma bendita que tenía atrás de la puerta; pero ni eso, ni nada, hizo que la tormenta se calmara, por si no había sido mucho, el airezón que había anunciado la lluvia, fue agarrando más fuerza. La comadre Cuca apenas pudo rescatar tres pollitos; el aire se llevó a la gallina y a los pollos. Sí estuvo fuerte pero contra la voluntad de Dios, ¿qué hace uno? El aire soplaba, el calor se convirtió en un frío que caló los huesos en la noche. Así fue el día que nunca olvidaremos…