
Rebozo de seda
El dolor se le incrustó en la mirada y rompió en llanto, la cara le cambió de un momento a otro, hace apenas unas horas había estado en casa ignorando el televisor y platicando con él, hace unos momentos todavía la vida alumbraba su rostro, ahora las balas le habían arrancado el semblante y la fuente de sangre se había apagado dejando atrás la peor imagen que una madre puede presenciar.
No supieron distinguir el momento en que el Chucho se volvió malo, pero se sabía que andaba en malos pasos. El rebozo se manchó de muerte cuando lo compró con dinero mal habido; desde entonces, el tejido que le trajo de Santa María le cubrió las mentiras mientras por dentro nunca dejaba de rezar para que el momento no llegara. El rebozo de seda cayó al piso para teñirse con sangre de un hijo que quiso dejar de ser pobre “a la mala”.
¿Quién iba impedir que doña Aurelia entrara hasta la escena del crimen? Si fue ella quién llegó primero, fue ella quién presenció el cadáver cuando todavía un hilo de sangre escurría por el cuerpo para incorporarse en el charco que no logró transmitirse en el piso.
Los que la conocen saben del carácter que tiene la mujer, sin embargo, esto no fue suficiente para ponerle un alto al hijo que se convirtió en el gran proveedor de la familia y ahora su silencio había alcanzado el costo proporcional a los regalitos y comodidades que había gozado en los últimos años. Ahí estaba, doblada por el dolor, viendo como la vida se le había ido al hijo cuya cara quedó irreconocible, ya se veía venir, pero nadie hizo nada…