Mascotas
Primero llegó uno, ese fue el que se atrevió a tocar la puerta del corazón del abuelo, luego fueron tres, y después eran más de 14. El abuelo cortaba con unas tijeras, las tortillas que sobraban en la mesa, luego, las remojaba en agua y se las daba a los pichones que se daban cita todas las tardes, para comer en el patio del abuelo.
Cuando murió el abuelo, los pichones estuvieron tristes, y la abuela trató de alimentarlos, pero su tristeza la sentían las aves en la comida, luego supieron que ya no habría más, la abuela dejó de darles de comer y los pichones así como habían llegado, se fueron. Lentamente dejaron los nidos que habían hecho en la galera, y sólo algunas plumas quedaron como testigos de su presencia.
De niño me gustaba corretear a los pichones, hacer trampas con comida y con cajas de zapatos; la verdad, en las caricaturas era más fácil, en la vida real siempre quedábamos como tontos ante los pichones que llegaban, comían el caminito de alimento y nunca entraban en la caja mientras mis primos y yo, los veíamos, sosteniendo desde el escondite, el hilo que debería cerrar la caja dónde deberían quedar presas las aves.
Los pichones no son los únicos animales que recuerdo en la casa del abuelo, había una tortuga que se enterraba en el jardín, y a veces pasaban meses sin que la pudiéramos ver, por eso uno de mis tíos le pintó el caparazón con pintura de colores, para que pudiéramos detectar a la tortuga, pero sucedió que no fuimos los únicos que la pudieron reconocer, y un día el caparazón apareció sin su contenido.
Y no olvidaré nunca los pececitos de colores, que echaron a perder el agua del tanque que ocupaba mi abuela para lavar los trastes. Los peces se tuvieron que mudar provisionalmente a una tina. Se tuvo que lavar el tanque para que el agua dejara de oler a “choquio”, y después de la convivencia familiar se tuvieron que guardar en el baño para que no fueran a voltear, por descuido la tina…
Aquella noche, se pasaron de copas, se acabó el agua del baño y un tío (que no encendió las luces) tras defecar, agarró la tina y la vació en el retrete, ese fue el final para esas pequeñas e indefensas criaturas, no siempre se tuvo tanta suerte como con los pichones, lo único malo era que cagaban por doquier, pero lejos de eso, las aves se conservaron, creo que porqué siempre estuvieron en libertad.