Censo y epidemia
Con su máscara de invisibilidad, el virus se propagó lenta pero efectivamente, se adentraba en diez cuerpos de los cuales, cinco se enteraban y dos morían mientras se reproducía. Toma más humanos y los convertía en transporte gratis. Al tiempo, el azar hacía de las suyas, en algunos lugares no había muerto y en otros le lloraban a uno en cada esquina, así era eso de la epidemia y del virus que como Dios, todos hablaban de él pero nadie lo había visto, hasta que se manifestaba en muerte como en tiempos de Sodoma y Gomorra.
Al inicio no se le había tomado tanta importancia, luego, conforme la muerte fue abrazando a cada desprotegido, el miedo se convirtió en pánico y la gente comenzó a volverse loca, entre el encierro, las precauciones, la escasez de alimentos y la muerte de médicos que cada día dejaban sin esperanza a muchos más enfermos. Fueron tiempos apocalípticos e inolvidables.
Cuando todo comenzaba, cuando no se sabía de tantísimo muerto, todavía andaban en las calles los del censo. En la televisión y en la radio, podían escucharse los primeros anuncios comerciales en los que alertaban a la población para que se cuidaran y estuvieran atentos a las siguientes recomendaciones: “los adultos mayores son más propensos, si presentas tos…”.
Doña Rebeca, señora de setenta y tantos años, estaba en casa. Su hijo se encontraba en el techo barriendo y echando hacia abajo las hojas de los árboles que se acumularon, con la tormenta, la noche anterior. Estaba sentada en la sala de su casa, mirando en la televisión la telenovela del medio día, una repetición de esas producciones que había visto estaba embarazada de Francisquito hace más de 40 años.
Ante la ausencia de palomitas de maíz, doña Rebeca agarró un buen cacho de chicharrón esponjado, en eso estaba cuando el timbre sonó, y no hubo más remedio que salir a ver quién era… Bonita forma de echarle a perder la novela en el momento justo en que la mujer del parche le iba dar sus bofetadas a la siempre virgen protagonista de la telenovela.
“Buenas tardes señora, venimos a realizar el censo”, escuchó atentamente cuando de pronto, al intentar pasarse el pedazo de chicharrón que tenía en la boca, comenzó a toser, ella sentía que se ahogaba, se metió rápidamente y tomó un poco de agua, y al regresar disculpándose a grito pelado, ya no había nadie en la puerta.
Doña Rebeca es la de las sobrevivientes, y ahora que se reanude el censo, quizá aquellos muchachos que salieron huyendo, conozcan que el gran temor que los hizo correr, no tenía razón de ser, es lo que provoca un pedazo de chicharrón cuando se atora en el pescuezo.