• Impasible
Cuando llegamos ya no había nada, sólo la señora que asemejaba a una de las “Poquianchis” detrás de la barra. Las muchachas de buena pierna que atendían a los borrachines y una más que en un rincón limpiaba el piso en donde minutos antes habían comenzado todo.
El ambiente de arrabal estaba por terminar, el reloj marcaba las seis horas del día y decidimos comenzar con unos buenos tragos de cerveza en el lugar en donde parece que nunca cierran, en dónde queríamos amanecer viendo las caderas pronunciadas de las mujerzuelas que visten trajes de noche y en donde queríamos terminar la borrachera que habíamos comenzado en la noche del día que había sido sepultado en punto de las doce horas.
Nosotros no vimos nada, que no fuera el piso sucio como de escupitajos, ceniza, colillas de cigarro y bebidas derramadas por los ebrios. Borrachos que al parecer no tuvieron la oportunidad o no quisieron ir a dejar sus elegantes trajes de mezcla o de aceite quemado en sus casas, donde seguramente pernoctó una señora que al tiempo en que rezaba porque llegara bien, echaba mentadas al sospechar que el otro ya se estaría gastando lo de “la raya” en echar la copa y bailar con mujeres que cobran por canción o por tiempo de acompañamiento.
Llegamos temprano, aunque no tanto como para que el sol nos detuviera en el camino, aún estaba oscuro, como para entrar sin pudor al lugar en el que permanecían algunas patrullas como si algo hubiera sucedido unos minutos antes. Entramos y nos sentamos en una mesa de un rincón, esperamos atención y nunca llegó, era como si un grupo de cuatro fantasmas hubiera entrado, las mujeres estaban, algunas por el efecto del alcohol ya no se podían levantar, otras cantaban con un vozarrón digno de un escenario de concierto.
Nosotros no vimos nada, la señora esa (la que estaba detrás de la barra), nos negó el servicio, ya no había cerveza ni atención para nadie, sólo se cobraban cuentas y se esperaba a que se terminara la bebida que se había vendido antes de que cerraran la barra. Cuando llegamos ya se habían llevado el cuerpo, y una de las muchas limpiaba los últimos rastros de sangre del que, a lo mejor, pudo haberla sacado de aquella vida que tenía como único destino.