PEDAZOS DE VIDA

 

Meseros

Entremés

Existe un dicho, que como todos los que emanan de la abuela, trae consigo un derrame de sabiduría. Y es que cuando algo la hacía enojar, siempre decía que se podían mentar madres a casi cualquier persona peor que nunca se cometiera el error de insultar, es más ni de ponerle “jeta”, al que prepara la comida que vamos a comer o al que la transporta de la cocina a la mesa,  por qué “hay venganzas que no se ven pero bien que saben”.

 

Mi abuelo era alérgico a la pimienta, mi abuela lo sabía. Aquella tarde logró lo que no había podido hacer en más de cincuenta años de matrimonio, hacer enfurecer a la abuela, y hacerlo en el momento en que se disponía a servir la comida. Mi abuela le echó pimienta a su sopa para castigar la afrenta hecha por el abuelo, el castigo se salió de control y al otro día estábamos velando al viejo.

 

Propinas

– ¿Pero cómo quería que le diera propina el condenado?

-Pero, mamá, es educación.

-Educación la que no tuvo el mesero, ni educación, ni atención, ni servicio, ni nada…

-¡Pero mamá! ¿Qué van a decir los demás?

– Que digan lo que les de su rechingada gana, el mesero no se ganó la propina, yo no sé la di, y tú te callas el hocico o te meto unas cachetadas… Una cosa es la educación y otra que te quieran ver la cara de pendeja. ¡Camínale!

 

Caldillos

Le gritó, lo hizo de una manera que va más allá de la humillación, lo hizo con tono, con ademanes y con palabras que duelen más que el volumen alto de la voz. El señor lo hizo porque creyó que lo podía hacer, y así lo llevó a cabo. El mesero se limitó a pensar en su familia en la necesidad del trabajo… Ofreció una disculpa y regresó a cocina, sin más regresó a la mesa.

 

Y el poderoso, soberbio y arrogante, nunca imaginó que aquella tarde comería un caldillo tan caliente, como quería que estuviera desde un principio. Un caldo de esos que logran disolver las flemas rezagadas que con el coraje logró expulsar el sonriente mesero.

 

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