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PEDAZOS DE VIDA

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Asesino

Eso sucede cuando por casualidad, te enteras de que el hombre que está cagando dentro del baño público, acaba de matar a una persona. Sí, le acaba de confesar por teléfono, a quién sabe quién, que mató a un cristiano, que le enterró el cuchillo en el cuello y a pesar de sus chillidos, había “logrado matar al primero”, pero le faltaban tres, al parecer la dueña de la casa no estaba cuando se cometió el delito, y menos mal que uno está acomodado en el retrete, porque sino el relleno acumulado hubiera salido y ensuciado mi ropa, todo al enterarme de lo que estaba oyendo.

 

Qué aquel hombre pensaba que no lo iba a matar, que no podría hacerlo, pero que la final, fue más sencillo de lo que esperaba, el espadazo, la apuñalada, y la ausencia de vida tras los chillidos, tras la escena sádica que quiere todo verdugo, yo estaba a dos retretes de ese asesino despiadado que contaba, como si nada hubiera pasado, la forma en que había matado a alguien, traté de hacer más ligera mi respiración, de contener la emoción que me carcomía por dentro…

 

“¡Ay Diosito! Por favor que cague, se limpie, se levante y se vaya, aunque no se limpie que se vaya”, imploraba, mientras otra parte de mí pensaba en denunciarlo, en salir corriendo, pensaba en salir a buscar a la policía para que lo esperaran afuera y lo detuvieran, pero la luz de la razón y la falta de red telefónica hicieron que la paciencia aflorara.

 

De pronto el agua que escurre por el escusado, mandó la señal de que el hombre aquel había acabado, no tardaría en abrirse la puerta y salir, y con ese espíritu imprudente que habita dentro de mí, me apresure a salir también, quizá si le veía la cara, lo podría reconocer en algún otro momento, ya después pensé en que me podría haber matado, por el simple hecho de saber que alguien había escuchado tan atroz crimen que relató de la manera más fría.

Al dirigirme a los lavabos, el hombre me saludó muy amablemente, tenía un mandil blanco y botas de hule, también blancas pero salpicadas de sangre. Entonces comprendí todo, y no volví a comer tacos de carnitas, aquél cerdo había chillado, había sufrido antes de morir…