
¡Oh soledad!
La soledad es un estado al que solo te acostumbras cuando has aprendido a lidiar con los monstruos que habitan dentro de ti, en lo más recóndito de tu piel, en las estrías que han dejado los intentos por alcanzar el cuerpo ideal, en las voces que nos dicen que merecemos poco, en los recuerdos dolorosos que se convirtieron en fantasmas que no tienen existencia material pero que están presentes.
Los demonios convertidos en inseguridades, la necesidad que alienta la codependencia de tener a alguien siempre, ahí, cerquita, sin importar el daño que podamos ocasionar o que nos pueda ocasionar. Y no se diga más, el reto de estar de pie, de ser autosuficiente, de afrontar la vida con la mirada en alto aunque a momentos nos hace arrodillarnos. Tener siempre la frente hacia el cielo que, despejado, nublado o nocturno,siempre está ahí en lo alto observando como nos levantamos.
La soledad tiene también otra cara, pero esa se logra ver hasta que se ha afrontado todo lo anterior. El rostro del orgullo, del silencio, la calma y la quietud. La soledad también es un refugio para amarnos a nosotros mismos y para comprender que aunque estemos acompañados al final del día estamos solos.
Como todo en los humanos, hay quienes aprenden de la soledad a muy temprana edad, hay otros que lo hacen en la madurez y no faltan aquellos que nunca logran entender este estado, pero como siempre se ha dicho o mejor dicho lo he dicho como seguramente alguien más lo ha dicho, la vida es una gran maestra, y sabe por qué camino debemos andar y con qué gente nos debemos encontrar. No, no se trata de romantizar la violencia o agresión que se puede vivir en este camino por encontrar o huir de la soledad, sino más bien de ver que así sucede en la mayoría de los casos.
No es lo mismo estar solos tras el accidente donde han muerto tus padres que quedar solo cuando tus padres te dan la espalda por tener una preferencia sexual diferente; tampoco es lo mismo tener soledad después de una vida que consideraste llena de gloria, que vivir la soledad al final de tus días. No es lo mismo estar sólo en la plenitud de la vida qué cuándo por cuestiones físicas es necesario depender de alguien para seguir viviendo.