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Paredes místicas

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LETRAS Y MEMORIAS

    •    Los encierros no siempre son castigos, a veces, uno requiere amurallarse para entender la mística de la historia propia

Durante mucho tiempo uno cree que conforme pasan los días, meses o años, entendemos mejor este mundo en el que estamos parados; asumimos que por el mero hecho de viajar a lugares lejanos o conocer, mediante la tecnología y pantallas, otras latitudes, el conocimiento de aquello que existe más allá de nuestra nariz va a quedar alojado, como si se tratara la mente de una gran biblioteca o base de datos.

Resulta interesante cómo es que este pensamiento es erróneo, pues lo que ocurre realmente es que, mientras más visitamos el mismo lugar, más conocimiento tenemos del vasto mundo y de nosotros mismos.

Uno podría creer que el encerrarse en centenarias paredes un domingo por la mañana, no va a dejar mayor lección que lo que las explicaciones escritas señalan pero, ¿y si la explicación certera es que nada es lo que parece?

Y de pronto ocurre: entras por un pequeño corredor y sólo unos cuantos tragaluces te permiten sentirte alumbrado en medio de las penumbras, no sólo del espacio visitado, sino del espíritu que se mantiene ciego.

Es pues un trayecto a través de cámaras, claustros, corredores y habitaciones reducidas, una histórica revelación que nuestros ancestros vivieron y ahora nosotros podemos experimentar cerca de jardines soleados y junto a un pozo abandonado; la revelación no sólo hace mella en la mente y la imaginación, sino que enciende algo en el cuerpo y nos permite caminar los pasos que alguien más ha caminado ya.

Ocurre que bajo la imponente figura de altas murallas y bóvedas góticas, el pensamiento divaga y viaja por líneas temporales que otros apenas y conocen, pero que quienes visitamos sabemos reconocer.

Junto a figuras restauradas de madera y frescos ya desgastados, el pensamiento que nos coloca en el limbo de dos culturas fusionadas en un mismo mundo, se torna místico, efímero y ciertamente fascinante. Actopan se yergue a los costados de ese imponente ex Convento, rodeado por su gente vendiendo musgo y heno, por vivos arbustos y árboles y, siendo el centro de un viaje espiritual de esos que ocurren cada cierto lapso.

Ni el calor abrumante ni la sed son suficientes para detener el recorrido. Figurillas demoníacas se ríen de uno, pero son aplastadas por el triunfo del bien y los santos del catolicismo de siglos pasados; el frío de algunas cámaras se nubla cuando los espacios son llenados por curiosos que, al igual que quien escribe, sienten esa vibración divina en el aire que se respira.

La huella imborrable del mestizaje se asoma en las inmediaciones de este recinto, con personas hablando en lenguas prehispánicas y vendiendo recuerdos relativos a la época festiva que se acerca. Se queda también plasmada en el estilo novohispano de vida, que imaginamos a raíz de lo leído y aprendido en el amplio espacio.

Afuera del ex Convento, justo cerca de la Capilla Abierta destinada a los indios, una pareja camina y enlaza las manos, admira la belleza de un edificio creado con base en piedra y madera, y tiernamente se expresan amor bajo la vista y resguardo de los ancestros que manufacturaron el cruel milagro de la evangelización.

Y es de esta forma, como un simple paseo iniciado a partir de la energía de la barbacoa y la vigilancia de “Los Frailes”, se muta en una experiencia religiosa, como dijera la canción de Enrique Iglesias; con el pequeño detalle de que esta se cimenta en la historia nuestra como pueblo, pero que forzosamente se proyecta en la historia personal, en las ideas e imaginaciones de una mujer asombrada por el reflejo del arte en sus ojos, o del joven enamorado de los pedazos de tiempo almacenados en ventanas y puertas.

Es de esta forma que el domingo de aniversarios, se convirtió en una jornada de descubrimientos, de apreciación en el arte y memorias intactas albergadas en paredes de colores fríos pero cálidas en sus historias y narraciones, que una vez más, nos recuerdan lo fascinante de este pueblo, que es resultado de la suma de dos mundos diferentes, pero perfectamente compatibles entre sí.

¡Hasta el próximo martes!

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