LA GENTE CUENTA
-¡Maldición!
Con un mohín de rabia contenida, Renata daba un golpe al volante de la camioneta en la que viajaba con sus hijos, al percatarse que uno de los neumáticos acababa de reventar. Karina, su hija menor, notó la preocupación de su madre.
-¿Qué pasó, mami?
-La llanta se nos ponchó, amor. No te preocupes.
Otras dos camionetas salieron a su encuentro. Eran familiares.
-¿Qué les pasó, hermana? –salió una de ellas a su encuentro.
-Nada grave, Cris –respondió Renata-. La llanta de enfrente se nos ponchó y olvidé traer la de refacción. Aparte no tengo las herramientas.
-¿Se te olvidaron, Renata? -Daniela, la tercera mujer de la última camioneta se unió a la conversación.
-Bueno, limpié el auto antes de irnos, y por distraída no volví a subir las cosas. Solo subí las maletas de los niños de rápido.
-Ok, ok –medió Cris-. Mira, no hay que preocuparse. No estamos lejos de nuestras casas. Vamos por las herramientas y volvemos rápido contigo.
Y así fue. Cris y Daniela abordaron sus unidades, también acompañadas de sus hijos, de regreso al hogar. Y en medio de la nada, entre la vegetación, montañas, el sol del atardecer y un aire fresco, se quedaba Renata sola con sus hijos.
Dentro de la camioneta, Horacio, el mayor de los niños, dormitaba, mientras también cuidaba el sueño de los pequeños gemelos, Sebastián y Sara. Unos pequeños angelitos recién nacidos. Y afuera, una preocupada Karina acompañaba a su madre.
-¿Y ahora qué vamos a hacer, mami? No vamos a llegar
-Ay, mi amor –respondió con una sonrisa maternal-. No te preocupes. Verás que todo va a salir muy bien.
No muy convencida, Karina se dirigió al otro lado, donde había un árbol rodeado de arbustos. Tomó una pequeña rama, y con ella comenzó a jugar. Una ráfaga de viento los tomó por sorpresa.
-Kari, mi amor, por favor ponte tu suéter porque hace frío. Acuérdate que no puedes estar en el frio mucho tiempo. Te puedes enfermar.
Con un cierto gesto de desaprobación regresó Karina a la camioneta. De pronto, un estallido resonó muy cerca de ahí: el rostro de Renata perdió todo color.
-Súbete al auto –ordenó ella
Por el retrovisor observó que unas camionetas se dirigían hacia ellos, pero no eran las de sus hermanas.
-¿Qué pasa, mami? –volvió a preguntar la pequeña.
Esta vez, la voz de Renata no era firme y segura.
-No te preocupes, amor. Todo va a salir bien.