LAGUNA DE VOCES
• Desde siempre estamos acostumbrados a mirar el fin en cada esquina
Ahora no pasa un lustro sin que aparezca en el horizonte alguna posible razón para que la vida se acabe en el mundo. Esta vez la pandemia del coronavirus, mañana será otra más agresiva y mortal (si es que ésta no es la definitiva al salir de las manos que debieran controlarla); después vendrá el fin definitivo y extinguida la raza humana tendrá que volver a empezar la historia en que el verbo crea de nueva cuenta al pobre poblador de un planeta condenado desde su nacimiento a la destrucción. Morirán los que se cruzan en la escenografía de los Continentes, se irán para dejar en claro que todo llega a su fin, porque así debe ser para que con la desaparición de los que construyeron una historia que se pensaba imborrable, indeleble, blindada contra la desmemoria, se ponga en marcha por enésima ocasión la rueda de las apariencias.
Desde siempre estamos acostumbrados a mirar el fin en cada esquina, a guardar la respiración porque en estos tiempos la muerte llega a través del aire no de lluvia de fuego o mares enloquecidos. Es el aire lo de hoy, el vecino de oficina, de transporte quien amenaza con envenenarnos a través de su saliva diabólica.
Siempre a punto de partir, del último adiós; siempre también presa de los cielos porque hoy también surcan el espacio bólidos criminales que aplastarán la historia de una raza que juraba eternidades, y se fue tan de pronto como vino.
Pero hoy es asunto de pandemias, de las enfermedades antes solucionadas con un ungüento puesto en pecho y espalda, y que hoy de pronto inundan los pulmones, los taponean, nos recetan algo similar a la silicosis de los ex mineros, y ahogan en vida a los que caen presos del infausto destino.
Surgirán más enfermedades, más jinetes iracundos del apocalipsis; nos perdonarán la vida a los que aguantemos los embates de la tos y los pulmones que se salen de la caverna en que se convierte el pecho con badajos que retumban y lastiman la realidad tambaleante y sin sentido.
Pandemia de este siglo, pandemia que en los hombres de poder es la estupidez, la imbecilidad, la incapacidad para no entender, no aceptar que la historia debiera enseñar que nadie tiene la razón, que no hay verdades absolutas, que son inventos para establecer la mentira de que unos nacen condenados a la miseria y otros a todo lo contrario.
Hay una nueva amenaza pero sabemos que habrá sobrevivientes, que con pocos se volverá a construir la raza humana.
Pero lo demás seguirá también.
Y esto tiene que ver con la eterna lucha por el poder, el eterno engaño de los que aseguran su dinastía hasta la eternidad porque así lo decidió el cielo y el infierno.
Todo es un cuento sin hadas, pero sí plagado de miedo que tanto sirve para que nadie alce la cara, mire a los ojos y escupa al que pretende engañarlos con lo mismo que timaron a su abuelo, a su bisabuelo.
Hace frío sin embargo y eso garantiza algo de realidad, razones para que los pulmones se empapen de agua, de agua espesa y amarillenta, hasta que un día se ponchen como globos.
Hay las mismas condiciones que cuando nacimos como raza humana.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta