Palabras Mayores

FAMILIA POLÍTICA
En las alianzas, los frentes, las coaliciones y otros Frankenstein’s políticos, sus diferentes miembros se dicen cómplices y amigos hasta que las candidaturas los separan.  Esporádicamente pueden tener eficacia electoral, pero difícilmente ejercerán con profesionalismo el difícil arte de gobernar.  Permítaseme un lugar común: “el agua y el aceite no se mezclan”; el amarillo y el azul tampoco aunque lleven pizcachas multicolores.

“Es más fácil soportar una mala   conciencia
que una mala reputación”.

Nietzsche

En 1975, al término del periodo presidencial, el proceso de la sucesión se encontraba en un momento similar al actual; en ese contexto, Luis Spota, escribió su exitosa serie La Costumbre del Poder, integrada por cinco libros, de los cuales el más conocido es el que se enuncia en el título de este artículo; obviamente con las diferencias que la circunstancia histórica imprime a los pueblos y a las naciones en el juego del poder.
    Desde el Presidente Cárdenas, la política mexicana está sujeta a las reglas del Sistema Métrico Sexenal.  Aunque: “el año más difícil es el séptimo” (JMK dixit), en el sexto se agudiza la vorágine sucesoria; todos los aspirantes y suspirantes se enfrascan en sendas luchas sin cuartel, en las cuales los medios se justifican por el ansiado fin: escuchar las PALABRAS MAYORES: unción sacramental; verbo cuasi sagrado  del sumo pontífice a quien será su seguro sucesor (en aquel tiempo) y posiblemente su verdugo.
En la época del libro, esta liturgia política se engendraba en la voluntad y se expresaba en la voz de un solo hombre (omnipotente, omnisciente, omnipresente…): el jefe real del Partido casi único.  Él ungía al candidato; cuadros, militantes y simpatizantes se encargaban de legitimarlo en impresionantes actos masivos.
José López Portillo dijo de sí mismo que era “el último Presidente de la Revolución”.  Fue candidato único a la Presidencia de la República lo cual lo hizo comprender la necesidad de una Reforma Política que abriera las oportunidades a otras expresiones partidarias.  
Así nació la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE), bajo la inspiración de don Jesús Reyes Heroles; este ordenamiento aumentó el número de legisladores federales en la cámara baja y transformó a los diputados de partido (creación de López Mateos) en los controvertidos plurinominales, de los que tanto se ocupara el politólogo italiano Giovanni Sartori, recientemente fallecido.  López Portillo con un sólo voto podía ser primer mandatario; consciente o inconscientemente al elegir a su sucesor preparó el advenimiento de la tecnocracia, antecedente de la alternancia partidista de los años 2000 y 2006.
Con la Reforma se multiplicaron los institutos políticos: la derecha tradicional se consolidó hasta transformarse en efímero gobierno de doce años (que amenaza con volver); la izquierda con su anárquico espíritu tribal se desdibuja sola, aunque logró consolidarse en la Ciudad de México; el mesianismo tropical trasciende los sexenios sin alcanzar el Supremo Poder de la República; otros partiditos nacieron al amparo no de una ideología, sino de un patrimonio familiar o de una mafia gremial: “vivir sin prerrogativas es vivir en el error”; no importa la Declaración de Principios ni el Programa de Acción; lo trascendente es compartir el pastel o, de perdida, las migajas del poder.
Hoy las palabras mayores, ya son menores; un político cuando recibe la noticia de que será candidato, no tiene certeza de lograr la presidencia; el triunfo electoral dejó de ser exclusivo del Partido gobernante;  mañana puede ser oposición; la militancia ya no es único camino hacia el poder.  
Las candidaturas se buscan en todas las expresiones partidarias y sin partido; se integran las coaliciones más inverosímiles entre ideologías ontológicamente excluyentes que se alían coyunturalmente en contra de un enemigo común; invocan un patriotismo idílico y sacrifican, de palabra, sus propios intereses.  
Decía Cicerón “aún aquéllos que desprecian la fama quieren que los libros que se escriben contra ella lleven su nombre y esperan acceder a la fama despreciándola.  Todo es negociable: podemos ceder nuestros bienes e incluso nuestra vida a nuestros amigos; pero es muy difícil que alguien acceda a compartir su fama o ceder a alguien su reputación”.  
En las alianzas, los frentes, las coaliciones y otros Frankenstein’s políticos, sus diferentes miembros se dicen cómplices y amigos hasta que las candidaturas los separan.  Esporádicamente pueden tener eficacia electoral, pero difícilmente ejercerán con profesionalismo el difícil arte de gobernar.  Permítaseme un lugar común: “el agua y el aceite no se mezclan”; el amarillo y el azul tampoco aunque lleven pizcachas multicolores.
Los partidos políticos están en una crisis sistémica; aunque pretendan capitalizar las grandes tragedias nacionales y deslindarse de la corrupción; se declaren químicamente puros y angelicalmente inocentes; todos tienen una larga la cola de corrupción entre sus miembros ya sea en su vida pública o privada.
Termino con una cita de Robert Green: “Nombre y prestigio constituyen la piedra angular del poder.  Basta un sólido prestigio para intimidar y ganar; sin embargo, una vez que decaen, la persona se torna vulnerable, y puede ser atacada por todos los flancos.  
Quien busca o ejerce el poder, debe convertir su prestigio en una fortaleza inexpugnable, mantenerse alerta frente a cualquier ataque de sus potenciales enemigos, para desbaratarlos antes de que se produzcan.  Tiene que aprender a desbaratar el prestigio de sus adversarios y a abrir brechas en su reputación.  Luego debe dar pasos de costado para que la opinión pública los crucifique”.
¿Algún Partido sin candidato, algún candidato sin Partido, algún candidato por diferentes partidos desde hace dieciocho años mantiene intacto su prestigio ante la gente?
¡Cosas veredes, Mío Cid!

Octubre, 2017.

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