Pachuca, la memoriosa

OPINIÓN

Pachuca nace por su plata en la cañada que le da origen, los mexicas se sabe que ya en 1438, le llamaron Patliachucan, lugar estrecho por la cañada que fue su primer asentamiento. Los “colonizadores”, por llamarles de algún modo, muy pronto se dieron cuenta que sus montañas tenían en sus entrañas ricas vetas de plata y en 1553 se inició la explotación de ellas. Fue justamente en la mina de Purísima Grande donde se aplicó por primera vez el método de amalgamación inventado por Bartolomé de Medina para la extracción de la plata.

La vida de los mineros siempre fue muy difícil, cientos de metros bajo tierra con escasísima luz primero la de las velas de sebo, mucho después las lámparas de carburo y por último con luz eléctrica. Siempre la humedad, el agua escurriendo de paredes y techo de los distintos niveles, el aire enrarecido y después de una tronada con cartuchos de dinamita puestos en el barreno para romper la roca.

El resultado era la vida breve y la silicotuberculosis. La novela histórica “El Doble Nueve” de Rodolfo Benavides, recrea la vida, el lenguaje y las penurias de los mineros.

Desde entonces diversos académicos han hablado de la historia de la minería en Pachuca, pero casi siempre de los aspectos técnicos o económicos por la gran riqueza que generó, algunos de los hombres más ricos de la Nueva España de ahí obtuvieron sus fondos, baste recordar al Conde de Regla Don Pedro Romero de Terreros.

Pero sería otro Hidalguense, Yuri Herrera, el que retomaría el tema de la gran tragedia en el libro “El incendio de la mina del Bordo”, publicado primero en España y en una segunda edición en México. El Bordo perteneciente al municipio de Pachuca se ubica en la comunidad del Cerezo cerca de 4 kilómetros de la ciudad también capital del estado.

La mina era para entonces propiedad de la Compañía Norteamericana United Smelting, Refining and Mining Co. Según queda asentado en ese libro, “el 10 de marzo de 1920, algunos mineros dijeron que desde las 2:00 a.m. habían sentido por primera vez el humo, pero hasta las 6 de la mañana Delfino Rendón dio la alarma… “Y como corresponde a un hombre que se precie de serlo, mirar por sus compañeros antes que por las maquinas o dilatarse en preguntar cómo había sucedido, y los botes subieron y bajaron como 8 veces trayendo cuando mucho 10 mineros en cada viaje… Delfino siguió mandando los botes que se perdían entre la humareda insoportable, subían otra vez, pero ya sin gente”.

“Hubo mineros que se dieron cuenta de que era un grave incendio y trataron de alertar y evacuar a cuantos compañeros pudieron, Linares fue el último en salir después de intentar comunicarse con otros niveles, pero ya nadie respondió.”

Y junto a la tragedia hay que contar la infamia. Muy pronto las autoridades dijeron que ya no había auxilio posible. Y si, cerraron la boca de la mina para que no se siguieran quemando los ademes. Las declaraciones oficiales fueron encaminadas a encubrir no a aclarar.

“Según Silbert el representante de la compañía, había 400 trabajadores o 346, y que solo 42 no habían podido salir, y que eran 10 los muertos. Y Berry, un mexicano que era superintendente de la Compañía, a medio día declaró que el incendio ya se había apagado, y que para lograr la completa extinción del fuego debían cerrar el tiro del Bordo y el de la Luz”.

El periódico El Universal, recogió la declaración de Delfino Rendón quien dijo que “nomás 20 minutos después de estarse operando la salvación de los mineros, los directores dieron la orden de suspender los movimientos y fueron cerradas las entradas a las minas”.

“Ni siquiera queda claro a qué hora cerraron los tiros, a las 7, a las 10 o a las 12 todo fue ocultado, el juez Manuel Navarro y dos médicos, Manuel Asiain y Guillermo Espínola apoyando el dicho de Berry autorizaron que se cerrara la boca de la mina pues ya no era posible que hubiera nadie vivo”. Seis días después del incendio se abrió la mina descubrieron que los cadáveres eran 87 no 10 ni 42, por supuesto que eso no fue un accidente, fue un despiadado asesinato ,

Siete hombres que habían estado en el nivel 207 salieron vivos el 16 de marzo, esos larguísimos días habían tomado agua terrosa y picante y casi sin alimento, solo un itacate que encontraron abandonado fue lo que les permitió comer algunas gordas y cernir la tierra para encontrar algunos frijoles. Al salir fueron llevados al Hospital de Santa Gertrudis, donde después de ser examinados por un Médico de la compañía, el Presidente Municipal y el Agente del Ministerio Público, todos ellos dictaminaron que estaban en perfecto estado de salud. Para aumentar la vergüenza histórica de esas declaraciones, posteriormente los hicieron retratar limpios, rasurados y vestidos de blanco y señalando que todos estaban muy contentos.

El 10 de marzo de este año se escuchará el resonar del doble nueve en la comunidad del Bordo, título del libro de Rodolfo Benavides, “El doble nueve”, que era una campana que señalaba que algo grave sucedía en la mina, y que ese día fatídico no se escuchó, a pesar de que después se declararía que si funcionaba. Esta conmemoración a realizarse al cumplirse 100 años de la tragedia, tendrá como objetivo perpetuar la memoria histórica de Pachuca, ya que la sociedad no puede olvidar que allá en lo que hoy se conoce como el panteón de los quemados están sepultados los mineros que murieron, porque los dueños prefirieron cerrar la boca de la mina para que se agotara el oxígeno y no se siguieran quemando los ademes.

En la escuela del Bordo, hoy abandonada, se montará una exposición fotográfica con obra de Heladio Vera y otras fotografías de algunos habitantes de la comunidad.

Se conmemorará la fecha ahí en el lugar de la tragedia, porque, aunque hoy ya no sea Pachuca la ciudad de las ricas minas de plata, en 2019 solo se reportaron 250 mineros trabajando cuando aún en los años 80 había más de 4000. Pero la historia quedó esculpida en sus barrios y en su gente. Y la tragedia sigue doliendo.

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