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Otto caso de corrupción

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HOMO POLITICUS 

Nuevamente una cloaca, nuevamente un escándalo que pone en escena a la corrupción gubernamental como una constante y no como excepción, esta vez se precipita en la renuncia del Presidente de Guatemala Otto Pérez, quién será sometido a un proceso judicial. La renuncia en sí misma ya entraña culpa tácita, porque si Otto no tuviera culpa alguna ¿por qué habría de renunciar?

 

 

El problema de fondo estriba en que la palestra pública en diferentes lados del orbe, ya no constituye el privilegio ciudadano de servir, se ha convertido en botín de tropelías donde ser juez y parte asegura un porvenir económico en un mundo ampliamente megalómano en donde disfrutar de la riqueza, aunque su procedencia sea indebida, parece fracturar a la honestidad.

 

Pero, ¿qué ha hecho tan frágil a la honestidad de los servidores públicos?, sin duda el debilitamiento de la cultura política, donde la ciudadanía no desarrolla formas de organización para custodiar el poder, lo que se refleja en la carencia de corresponsabilidad ciudadana en las tareas del Estado. En la medida en que no hay presencia ciudadana en las tareas públicas y que los protocolos no son auditados plenamente está la mesa puesta para que la corrupción.

 

Sí a este escenario le sumamos la erosión de las ideologías políticas y sus contrapesos, aunado a la erosión de los nacionalismos y al propio descredito de la política y los políticos como actividad de desarrollo humano, el panorama explica que los contubernios de la propia clase política más allá de sus posturas ideológicas y partidistas. Dicho de otro modo, no veo lo que no quiero que veas de mí y te cubro tanto como tú me cubres a mí, de lo contrario destaparé una cloaca que se llevará entre los pies a los tuyos y los míos.

 

Mención especial amerita el uso del fuero, figura política que sólo habla de que “un funcionario que lo presente, lo presenta para que nada interfiera en su labor de servicio público”, no es una carta abierta para violar la ley o cometer tropelías, es tiempo de quitar la figura del fuero, un ciudadano como lo son los servidores públicos, no pueden estar ni ser ajenos a la ley.

 

Es tiempo de rehacer el camino, al menos en México, empezar por moralizar la política y exigir el honesto proceder de los servidores públicos y de la sociedad en su conjunto.