Otra vez, la vejez

FAMILIA POLÍTICA

Las victorias son para disfrutarse a plenitud, pensar en el mañana puede resultar molesto, hasta que se convierte en hoy. A contrario sensu, los avaros le temen tanto al mañana, que descuidan el hoy… Ignoro cómo vivirán internamente aquéllos que, en la madurez, se preparan para la vejez con una acumulación irracional de dinero, venga de donde venga.

A lo mejor, más que viejo
seré un anciano honorable,
tranquilo y lo más probable,
gran decidor de consejos
o a lo peor, por celosa
me apartará de la gente
y cortará lentamente
mis pobres, últimas rosas.
Alberto Cortez

Observar los carteles promocionales de un próximo concierto que dará Alberto Cortez en la ciudad de Pachuca, me hizo evocar la evolución de su figura desde “Mi árbol y yo”, hasta “La Vejez”. Sus grandes ojeras, su pelo cano, su voz, a veces cansada y con dificultades de dicción, hacen a cualquiera volver la mirada alternativamente del espejo exterior a la visión interna. Los fenómenos de evolución física son fácilmente observables en quienes nos rodean, pero difícilmente se advierten y menos, se aceptan en la propia personalidad.
    En alguna lectura de adolescencia, me impactó la frase: “¡Cuánto sufre un niño para llegar a ser hombre!”… Vuela la visión retrospectiva y surge un niño de escasos diez años, quejándose de la lentitud con que pasan los días y los años, sin alterar sus ansias de crecer y alcanzar una libertad que no sabe en qué consiste; que advierte bella ante la ignorancia de que su otra cara se llama responsabilidad.
La adolescencia es crisis permanente; es pertenecer a dos etapas que se niegan entre sí; es ser y no ser al mismo tiempo: nostalgia y esperanza, realidad y potencia (como la semilla que lleva un árbol dentro de sí)… Un célebre psicólogo dice que “un adolescente se parece a todos, menos a sí mismo”. No es un hombre, es un proyecto, por lo tanto, sus lealtades no son eternas. Es búsqueda, no encuentro.
Cuando la juventud se consolida, llega de pronto la responsabilidad (aún de manera anónima): elegir carrera universitaria o decidir vivir sin ella, construir una familia, buscar un estatus laboral que permita el crecimiento sin fronteras. Los jóvenes, en esta circunstancia, podrán ser totalmente disímbolos, pero tendrán en común sus ambiciones integrales de triunfo.
Muchos gladiadores de la vida son derrotados por ella en esta etapa. Destrozan su futuro en aras de un presente lleno de vicios y desestabilidad. Muertos en vida, pululan por pueblos y ciudades, logrando a duras penas sólo sobrevivir: vivir es otra cosa.
Los jóvenes triunfadores, en alguno o en todos los aspectos que encierra su biografía, siempre están convencidos de que tienen menos de lo que merecen, y que cada ascenso es solo un peldaño para llegar a una cumbre que no alcanzan a visualizar ni cuando están en ella. Lo trágico es que, a partir de ahí, ya no hay más arriba, comienza la decadencia.

La obnubilación inmadura hace que el adulto, producto de una juventud triunfadora, en muchos casos no proteja su futuro y que aún con un caudal de éxitos en su historia, llegue a la vejez en la mediocridad económica, éticamente digna, pero pragmáticamente deplorable. Las victorias son para disfrutarse a plenitud, pensar en el mañana puede resultar molesto, hasta que se convierte en hoy. A contrario sensu, los avaros le temen tanto al mañana, que descuidan el hoy… Ignoro cómo vivirán internamente aquéllos que, en la madurez, se preparan para la vejez con una acumulación irracional de dinero, venga de donde venga.
La vejez, dice Cortez, “es la antesala de lo inevitable, el último camino transitable ante la duda… ¿qué viene después?.. La vejez…es todo el equipaje de mi vida, dispuesto ante la puerta de salida, por la que no se puede ya volver”.
C´est la vie.

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