¿Otra vez debemos aprender a administrar la riqueza?

¿Otra vez debemos aprender a administrar la riqueza?

Pido la palabra 

Al tratar de digerir técnicamente las reformas a la Constitución, esa Carta Magna (hoy ninguneada cuando un político cierta ocasión dijo que no debe ser objeto de culto), se pueden observar modificaciones sustanciales que me dejan con la impresión de que fueron votadas más por disciplina institucional que por convicción política; votos light, votos fast track antes de las vacaciones y aprovechando esa bola rápida de las finales del futbol mundialista.

Nuestro modelo económico, todavía hasta este momento, es de los llamados de economía mixta, es decir, donde conviven tanto el modelo de libre mercado como el centralmente planificado; esa sana convivencia, bien administrada, debería otorgar un equilibrio entre la voracidad del mercantilismo y las necesidades primarias del ciudadano.

Pero el sistema no es que se haya agotado, más bien, no ha funcionado sobre todo por el flagelo de la corrupción, en donde el beneficio de unos cuantos mandó al traste la posibilidad de cubrir las necesidades de esas mayorías vulnerables por las que se crearon tales sistemas de subvención, entre ellas, las empresas públicas descentralizadas.

Es aquí en donde me invade la preocupación, ya tenemos muchos años de estar escuchando siempre la misma letanía, y todas las veces con las mismas promesas: salir de la crisis, incrementar alegremente los empleos, bajar el precio de los hidrocarburos, disminuir el costo de la energía eléctrica, y más de lo que todo México ya conoce casi como biblia política. ¿Y qué ha pasado con tanto compromiso que por quebrantado le queda mejor el epíteto de promesa? Nada, promesas fueron y en eso se quedaron, pues quienes las han hecho también han seguido al pie de la letra ese aforismo de que las promesas se hicieron para romperse.

Ya una vez nos vendieron “el cambio”, y lo compramos; lo lamentable es que el famoso cambio fue en reversa. También, prácticamente nos embarraron en la cara a un presidente del empleo; bastaron seis años para que el empleo se fuera a la baja y la asociación delictiva, a la alta; a los hidalguenses se nos hizo competir por una Refinería que nunca se materializó; promesas, solo promesas, nunca compromisos serios.

Sexenios van, sexenios vienen y la situación del sector vulnerable de la población se ha agudizado, el poder adquisitivo de nuestra moneda se ha visto seriamente dañado, las estadísticas oficiales podrán decir lo contrario, pero el bolsillo del asalariado percibe las consecuencias de la insensibilidad; las condiciones de crisis nos llevan de una forma de cambio social derivada, a una más brusca, más violenta; lo vemos en las diversas formas de manifestación del enojo, con menos inhibiciones al expresarse.

Esa crisis la vemos seriamente reflejada en la pésima capacidad de discusión de los legisladores; el mayoriteo ha matado a la democracia; se da cuerda a la oposición pero solo con la mira de legitimar, jamás para escuchar y discernir; pero al final, la mediocridad de la llamada oposición no da ni siquiera para una mediana argumentación.

¿Qué fundamentos justificables se encuentra agarrarse a golpes en un recinto legislativo?, éste quedó rebajado al nivel de un ring de box, tal y como sucedió con un par de diputados en CDMX; tampoco es argumento el “mentar madres”; puede ser desesperación y así lo quiero entender, pero también refleja la necesidad de que quede asentado que “nosotros no votamos a favor y no se nos culpe”.

Y mientras el show de la promesa continúa, estamos obnubilados tras un balón de fútbol y la transmisión de pago por evento o televisión abierta, tomando partido en distractores tan solo para evadirnos de nuestra realidad.

Es indudable que PEMEX, CFE y otros organismos públicos necesitan normas frescas que permitan un avance, medidas auténticamente de desarrollo en un esquema de ganar-ganar; doble vía en donde la inversión nos otorgue esa estabilidad tan ansiada desde hace cincuenta años, y claro, cuidando la rectoría del Estado en esos sectores estratégicos, tan necesarios para salvaguardar la soberanía nacional; hasta ahí está bien el avance buscado; pero… al volver a escuchar las promesas de siempre, las dudas nuevamente me invaden y me hacen desconfiar. Ya alguien alguna vez dijo que “ahora nuestro único problema es saber administra la riqueza”, ese problema no fue tal, sí supieron administrar “su riqueza”, el Partenón fue prueba de ello.

Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.

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