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Orden y marihuana

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Terlenka    

Han pasado diez días desde que en la Feria Internacional del libro de Oaxaca conversé acerca de las relaciones entre literatura y libertad. Allí leí lo siguiente: “Si la literatura de ficción fortalece y hace más evidente el valor de la libertad humana no es porque sea de derecha, izquierda o persiga una causa específica, sino porque el solo hecho de que sea lenguaje, arte y humanidad estimula la imaginación y el reconocimiento de la diferencia. Sin esta propiedad, sostener que la literatura sirve para algo o que intenta conseguir un progreso moral sería un disparate. Por tales razones afirmo que si la literatura de ficción dejara de existir el lenguaje perdería su vigor y su horizonte, y el ser humano dejaría de ser ese ente complejo y moral tal como lo conocemos hoy para convertirse en otra cosa, acaso en un zombi o en la aplicación cerebral dispuesta a un sistema social determinado vía un lenguaje reducido a la pura lógica.
El misterio terminaría y la conversación humana habría para entonces concluido.” En general no es mi costumbre, pero en aquella ocasión estuve de acuerdo casi totalmente conmigo mismo: (no es mi costumbre hacerlo porque pienso que los hombres somos poseedores de verdades parciales e incompletas). Por otra parte, creo que el arte, tal como lo conocemos —vía sus expresiones más que sus teorías— permite el desorden creativo, la convulsión y estímulo de los sentidos y el despertar asombroso de la imaginación. Sus expresiones denotan la fortaleza de un ser que no se conforma y que mira desconcertado y curioso hacia dentro de sí. Por el contrario, un artista que obtiene consecuencias esperadas de una obra razonada o planeada es un ingeniero o un científico de las artes: un creador de máquinas o catálogos razonados. Parece evidente que ambos se complementen y, desde mi punto de vista, ninguno representa al arte contemporáneo más que otro, acaso acentúan la diferencia entre arte romántico y el arte que sobrevivió a las vanguardias de la modernidad.
En sentido contrario y constriñéndome a mi experiencia personal pienso que leer filosofía permite un acercamiento teórico y también emocional al orden. Ya sea un orden ficticio o efímero, éste proviene también de la conversación que se da entre quien lee y el autor del libro o la filosofía que se pregona, mediante el lenguaje en común. Yo no sé qué clase de conocimiento, orden y desorden proponga el mantenerse atado o atrapado en la almadraba de las redes sociales o de la información instantánea si se carece de un mínimo sustento reflexivo. Permítanme, una vez más, ser algo arrogante y decir que a mí me avergonzaría andar por allí con una tableta o teléfono electrónico en las manos si no hubiera leído antes un conjunto prudente de buenos libros y no hubiera enfrentado mi sensibilidad y experiencia al mundo que la ha precedido.
A mi regreso de Oaxaca me concentré en dos libros. El primero fue una relectura de los primeros capítulos de Teoría de la justicia, de John Rawls. Me di cuenta, una vez más, de que las polémicas entre académicos o conocedores acerca de un tema de filosofía llegan a perder o confundir a los lectores comunes que buscan obtener cierto orden de los libros de teoría a los que se acercan. Ya que si uno lee a Thomas Nagel, Amartya Sen, Richard Rorty o John Rawls encontrará que a todos ellos los une una preocupación similar: el hecho de que las sociedades sean injustas, inequitativas y que conforme van avanzando en el tiempo tornen más evidentes e insalvables las debilidades de un grupo de seres humanos mientras que, por otra parte, las instituciones sociales se erosionan y otra porción de los seres humanos se enriquece o se vuelve más poderosa.
El segundo libro al que dediqué mi tiempo fue Marihuana y salud (FCE), que coordinó el doctor Juan Ramón de la Fuente y en el que desde mi punto de vista sobresalen tres virtudes: 1).- El hecho de que el coordinador y los siete investigadores que estudian los aspectos más relevantes de la Cannabis Sativa y del consumo de la marihuana, avalen todos los capítulos, dudas y conclusiones científicas expuestas en el libro. Tal característica da una fuerte impresión de honestidad intelectual y de coincidencia en la conversación y en la búsqueda del conocimiento. 2).- La sencillez con que ha sido escrito, de tal manera que sus subrayados permiten, incluso, una lectura paralela de explicaciones y conclusiones esenciales al respecto. 3).- La oportunidad a la hora de publicar un libro de tal naturaleza en el momento en que tantos legisladores, opinadores y personas interesadas desconocen el tema y, sin embargo, vía los prejuicios y el desconocimiento, imponen férreas convicciones y leyes a favor de la prohibición en el consumo de la marihuana, pasando por encima del principio de libertad individual y de la discusión razonada que tiene como fin el progreso ético de una sociedad.
Cito un párrafo de Marihuana y salud (página 270) que describe los resultados de las duras políticas de prohibición y castigo impuestas al consumo de psicotrópicos y estupefacientes por parte de varios países: “Después de más de cincuenta años de esperar infructuosamente los resultados de esas políticas internacionales, no se ha logrado disminuir (al contrario, ha aumentado), el número de usuarios y los problemas sociales implicados en el tema. No se ha evitado el lavado de dinero, el tráfico de armas ni la violación de derechos humanos que, de acuerdo con la ONU, va en aumento en forma global.”
Para cerrar lo escrito en esta columna añadiré que existen ciertos libros y filosofías que conducen al orden intelectual y éste no necesariamente tiene que ser autoritario, ni unidireccional; al contrario, dicho orden tendría que ser razonado, dialogado y complejo.