Olvidar la razón del universo

Olvidar la razón del universo

LAGUNA DE VOCES

Revisé una y mil veces el portafolio negro que parecía maletín de médico. En todos los sueños siempre aparecía el diminuto aparato con una luz que parpadeaba del rojo al verde, del verde al rojo. A los pocos meses el capítulo ya no se presentaba únicamente mientras dormía, sí en cambio en el diminuto espacio que divide la vigilia del momento justo en que se adormece el cerebro, cuando es posible despertar de súbito con un brinco y no saber a ciencia cierta en dónde se quedó uno. La primera vez corrí a revisar la pequeña maleta negra y ahí estaba, con los dos colores de siempre y la incógnita de lo que pasaría si apretaba la luz parpadeante. Pero apenas descubría que estaba despierto ya no encontraba nada.

No hay peor asunto que pasarse años y años con la certeza de que se tiene guardado algo que cambiará a la humanidad entera, y que por fracciones de milisegundo se sabe qué es, en qué consiste, cómo se maneja, para posteriormente quedarse solo con el amargo sabor de que nada quedó en la memoria.

Y nada fue nada, porque pese a poner en práctica todos los ejercicios de concentración para impedir brincar del estado de sueño al de vigilia sin ninguna contemplación; pese a invocar a través de la meditación una paciencia a prueba de todo, si acaso lograba meterme de nuevo en la historia de que poseía algo único, histórico, más vital que descubrir si somos creación de una mente divina o la simple apariencia de algo que ni siquiera existe.

Enfermé, dije que la vida había perdido todo su sentido, y que solo un milagro podría salvarme. Pero los rayos de recuerdo regresaban constantemente y con la historia idéntica, prácticamente sin cambio alguno, aunque a veces en lugar del portafolio negro estaba seguro que en un cajón de la ropa estaría guardado algo único, pero que de pronto olvidé que debía tratarse del diminuto aparato de luces. Luego entonces no se trataba del dichoso aparatito, sino de un “algo” que me dejó con más dudas y angustia.

Un día simplemente había quedado la angustia.

Ni aparatito, ni recuerdo, solo angustia por el sentimiento de pérdida.

Estoy seguro que no es solo mi caso, sino el de miles, que simplemente olvidaron la razón esencial de su existencia, y lo achacan a un aparato diminuto, a un secreto de talla universal, a no sé cuántas otras cosas.

Lo mejor es simplemente seguir la corriente, no hacerle caso a señales raras que se cruzan en el camino, porque, en serio, hacerlo solo trae amarguras, y un miedo indecible a que, con tanto, según uno, por ofrecer al mundo, simplemente no hay nada.

Como no sea el necio recuerdo de que habíamos recordado algo, tan deveras importante que nos da oportunidad de creernos especiales en algo, seres iluminados por el imperio de las esperanzas, seres que no saben a ciencia cierta cómo, o cuándo, regresará esa huraña memoria que no nos deja dormir en serio, ni despertar tampoco.

A lo mejor es asunto de despertarse y ya. Pero no, seguro ya nunca despertaremos.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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