El presidente Barack Obama intenta redefinir el patriotismo estadounidense. Frente a la idea de una nación elegida y única. Propone una alternativa: una visión autocrítica de un país excepcional, sí, pero no sólo por sus virtudes; también por sus pecados. Su versión del llamado excepcionalismo americano, patente en la reacción a los atentados de París y San Bernardino o en el acercamiento a Cuba e Irán, refleja cambios sociales de EU más diverso, con una historia compleja: heroica y traumática. Y se traduce en una política exterior cauta, consciente de los límites para cambiar el mundo.
En noviembre, tras los atentados yihadistas de París, y ante las presiones para que EU actuase con contundencia contra el Estado Islámico, Obama dijo: “Lo que no haremos, y lo que yo no hago, es actuar para obtener beneficios políticos o para que América parezca fuerte o yo parezca fuerte”.