Nunca te enamores…

FAMILIA POLÍTICA
Al final me asaltó una duda más: ¿En el poder, el amor es un sentimiento verdadero, capaz de llevar a hombres y mujeres por los caminos del cielo o del infierno?, o es tan solo una práctica social que consiste en hacer lo que es políticamente correcto.

“Yo conocí el amor, es muy hermoso,
Pero en mí fue fugaz, y traicionero,
Volvió canalla lo que fue glorioso,
Pero fue un gran amor, y fue el primero”.

Agustín Lara.

En una amena plática con un lector y amigo salió a colación la versión de que la última aprehensión de “El Chapo” Guzmán tuvo su origen en el amor. Lo anterior no resulta tan descabellado. Cuando un actor (o actriz) protagoniza a un personaje de gran fuerza llega a meterse en él de tal manera que pierde su propia identidad (como en El Gesticulador de Usigli). Ponerse una careta y confundir con ella el rostro propio no es un fenómeno totalmente subjetivo, trasciende a los espectadores; algunos suelen elaborar fantasías de tormentosos romance ¿Ese sentimiento es amor? ¿Es tan sólo una pasión destructiva?  ¿Intrascendente crisis existencial de adolescencia, a cualquier edad? Seguramente no existe respuesta unívoca, pero, creo que la Reina del Sur despertó en El Chapo tan heroico sentimiento.
Mi interlocutor preguntaba: ¿Algún escritor habrá tratado el tema de la destrucción de hombres poderosos por causa de una mujer? ¿Por qué no lo hace usted?  Seguramente muchas plumas se encargaron ya de ello; sin embargo una reflexión más, por aldeana que sea, algo puede aportar.
Para empezar, no creo que sean mujeres los únicos entes diabólicos que con mágicos artilugios propicien la perdición de ingenuos varones. Para que exista amor se necesitan por lo menos dos (y hasta hace poco, de distinto género).
En este sentido recordé el consejo que, según la novelista Taylor Caldwell, el Rey de la Atlántida daba a su hija, la bellísima princesa Salustra antes de morir, a los cuatrocientos cincuenta años de edad: “hija, por tus cualidades excepcionales serás Reina de Atlántida; sólo te doy un consejo: ten a todos los hombres que quieras, pero nunca te enamores. El amor nubla la visión de los gobernantes. Los hace débiles y torpes…” Si Salustra siguió o no el consejo, es otro cuento; en éste solamente hablaremos de experiencias que algunos personajes de la mitología y de la historia tuvieron por causa de sus enamoramientos (tan peligroso el último como el primero).
En el principio de los tiempos, según el Génesis, el joven Adán, siempre respetuoso de la ley, disfrutaba de todos los frutos del edén, excepto el del árbol del bien y del mal. Pero la malévola serpiente despertó los instintos de Eva y ésta tentó al varón (que no sabía que lo era). Entre espadas flamígeras y otras manifestaciones de ira cósmica, ambos perdieron el privilegio de vivir sin trabajar… Aunque, descubrieron el otro paraíso.
En la mitología griega, Zeus, padre de los dioses, a pesar de los celos de su esposa Hera, tenía fama de amante insaciable. Para seducir a las mujeres (diosas o mortales) recurría a las más inverosímiles argucias; por ejemplo, para poseer a Leda se disfrazó de cisne y cuando raptó a Europa era un hermoso toro blanco. Este personaje no sufrió las consecuencias: era un Dios.
Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, impresionada por la varonil belleza del príncipe Paris, propició su propio “rapto”; con ello se desató la guerra de Troya, mítica lucha que dio origen al gran monumento de la literatura griega: La Iliada, de Homero. En sus poderosas páginas, mortales, dioses y semidioses se mezclan en épica vorágine (Aquiles y Héctor murieron. Miles de soldados también. Troya cayó…Todo por una mujer).
En El Libro de los Jueces, la Biblia habla de Sansón, el fortachón, quien en la intimidad del lecho confió el secreto de su poderío a la pérfida Dalila. Esta traicionera fémina, cortó los cabellos del mítico juez. Dios le devolvió su fuerza sólo para morir bajo los escombros del templo cuyas columnas derribó.
La reina Cleopatra, por amor a su pueblo sedujo a dos poderosos romanos: Julio César y Marco Antonio. A pesar de su proverbial pragmatismo, ellos se doblegaron ante la real belleza egipcia; pusieron en peligro su propia  integridad y la de su imperio.
Romeo y Julieta son arquetipos universales de un amor que surgió entre el odio de dos poderosas familias en Verona. La muerte unió para siempre a los jóvenes amantes.  Ninguno fue víctima del otro; ambos lo fueron de la intransigencia, el rencor y el deseo de venganza.
Se dice que entre el amor y el odio solo hay un paso. Otelo, noble moro al servicio de Venecia, torturado por el monstruo de los celos, asesinó a su esposa Desdémona, inocente víctima de una intriga palaciega.
El amor sublime, platónico, alcanza su clímax en dos mujeres: Beatriz, y Dulcinea del Toboso. Una en el Paraíso, otra en una inmunda “venta” de La Mancha.
Así, desde la Biblia hasta nuestros días, pasando por Dante, Shakespeare, Cervantes y muchos más, el tema es inagotable.
En este esquema, mi estimado interlocutor y yo llevamos la plática hasta algunos personajes de la historia de México; de su fama (buena o mala) en relación con las mujeres. Así desfilaron múltiples personajes, vivos y muertos. Al final me asaltó una duda más: ¿En el poder, el amor es un sentimiento verdadero, capaz de llevar a hombres y mujeres por los caminos del cielo o del infierno?, o es tan solo una práctica social que consiste en hacer lo que es políticamente correcto.

Febrero, 2018.
priscilianogtzhdz@hotmail.com

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