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La VII Cumbre de las Américas, con Cuba, une al Continente

 

En Panamá, todo está listo para inaugurar la Cumbre histórica de las Américas, donde los protagonistas principales serán Cuba y los Estados Unidos, sin olvidar a Venezuela. La VII Cumbre de las Américas a efectuarse en la Ciudad de Panamá los días 10 y 11 de abril, sin duda marcará un hito histórico en las relaciones de los Estados Unidos con el resto de los países del Hemisferio Occidental. A esta Cumbre el gobierno de Panamá había invitado a Cuba desde antes que se dieran a conocer los avances en el diálogo secreto entre Cuba y los Estados Unidos para restablecer relaciones diplomáticas.

            Ahora la VII Cumbre de las Américas, creada por iniciativa de los Estados Unidos en 1994 y auspiciada por la Organización de los Estados Americanos (OEA), servirá de marco para el primer encuentro entre los presidentes de Estados Unidos y Cuba luego del inicio del proceso para restablecer sus relaciones bilaterales rotas desde hace 54 años, cuyo encuentro, seguramente, irá más allá de un saludo protocolario. Pero también, en esta Cumbre será la primera vez que todos los Jefes de Estado y de Gobierno del continente se reúnan para discutir  bajo el tema: “Prosperidad con Equidad: El Desafío de Cooperación en las Américas”.

            Aún cuando el Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, considera que la incorporación de Cuba a este organismo multilateral podría tardar mucho tiempo, todo parece indicar que el continente Americano avanza hacia la conformación de un solo bloque de países, multirracial, multiétnico, multilingüístico y multicultural, pese a las divergencias entre sus gobiernos, enemistades, conflictos y rencores ancestrales.

            Después de 193 años del fracaso de aquel proyecto integracionista del continente Americano, cuando en 1822 Bolívar invitó a los países del continente a discutir para crear una Confederación de los Estados de América, de nuevo Panamá será el escenario donde finalmente se encuentren todos los países americanos, representados por sus jefes de Estado y de Gobierno, como lo soñara el Libertador Simón Bolívar.

            En diciembre pasado el mundo se sorprendió ante el anuncio de los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos del inicio de conversaciones para restablecer sus relaciones bilaterales. De inmediato los países de Latinoamérica y el mundo manifestaron su congratulación por este paso dado por Washington. Cuba agradeció entonces a la comunidad internacional su apoyo para llegar hasta este punto y el respaldo que le han dado, en más de veinte años, a la resolución contra el bloqueo en la Asamblea General de la Organización de las naciones Unidas (ONU) y en otras tribunas internacionales, rechazando su espuria inclusión en la lista de países patrocinadores del terrorismo.

            De igual forma, Cuba ha expresado su profunda gratitud a los 188 Estados que votan contra el bloqueo en las Naciones Unidas, a todos los movimientos populares, fuerzas políticas, parlamentos y personalidades que se movilizaron y se movilizan incansablemente con ese propósito. Pero la alegría por el restablecimiento de las relaciones entre los dos países y el fin del bloqueo, también se hizo sentir en el pueblo de Estados Unidos, el cual ha manifestado su oposición a la política de bloqueo y hostilidad hacia Cuba, reclamando su derecho a viajar a la isla y realizar negocios.

            Aunque la participación de Cuba en la Cumbre de las Américas en Panamá en esta semana marca un hecho histórico, en realidad se percibe que Cuba se mantiene serena y dispuesta al diálogo mutuamente respetuoso, responsable, sobre bases reciprocidad, con el gobierno de Estados Unidos; en un diálogo basado en la igualdad soberana, que permita tratar los temas más diversos, sin menoscabo a la independencia nacional y la autodeterminación de nuestro pueblo.

            Sin embargo es evidente que el presidente Obama tiene muchos obstáculos en el Pentágono y en el Congreso para modificar una política hacia Cuba que se petrificó por años. Las medidas tomadas por los Estados Unidos hasta ahora son muy limitadas. El problema principal no ha sido resuelto, el bloqueo económico, comercial y financiero está intacto y posiblemente, su desmantelamiento, tarde años en llegar a su final. Se trata de un bloqueo que ha provocado enormes daños humanos y económicos, el cual constituye una violación flagrante, masiva y sistemática de los derechos humanos, una violación del derecho internacional.

            No debemos olvidar que aún existe la prohibición de otorgar créditos a Cuba, del uso del dólar en sus transacciones financieras internacionales. Se impiden los viajes individuales de norteamericanos, bajo la licencia para los llamados intercambios “pueblo a pueblo”, se condicionan éstos a fines subversivos y se impide también que viajen por vía marítima. Por otra parte, continúa la prohibición a Cuba de adquirir en otros mercados equipos y tecnologías con más de un 10% de componentes norteamericanos, así como las importaciones por Estados Unidos de mercancías que contengan materias primas cubanas, entre muchísimas otras.

            Por esta razón, al margen de la voluntad política del presidente Obama para poner fin a la política seguida por los Estados Unidos contra Cuba, el cese del bloqueo será un camino largo y difícil que requerirá del apoyo internacional, de la movilización y la acción resuelta de todas las personas de buena voluntad en Estados Unidos y en el mundo; de la aprobación por parte de la ONU, en su próxima sesión, de la resolución que reclama ponerle fin y, muy en particular, de la acción concertada de “Nuestra América”, como llamara el héroe nacional cubano, José Martí, al continente.

            Las medidas del bloqueo contra Cuba han sido convertidas en Ley en los Estados Unidos; sin embrago, el presidente Obama puede modificar su aplicación en uso de sus facultades ejecutivas, aun sin la decisión del Congreso. Ello podría permitir que se multiplicara en otros sectores de la economía lo que ha autorizado hasta hoy en el ámbito de las telecomunicaciones, lo que sin duda, evidencian los propósitos del Pentágono de querer influir en la política interior de Cuba.

            No obstante, la VII Cumbre de las Américas, que debió verse como un acercamiento de los Estados Unidos hacia el resto del continente, después del inicio de las conversaciones para restablecer sus relaciones diplomáticas con Cuba, se verá ensombrecida por la polémica que ha desatado la Washington al declarar a Venezuela una amenaza para su seguridad nacional.

            En realidad, bien pudo diluirse la Cumbre con la desacertada decisión del Departamento de Estado de declarar a Venezuela un problema de seguridad nacional para Estados Unidos, pues bien pudieron haber cancelado su participación en ella numerosas Jefes de Estado y de Gobierno de Centroamérica y Suramérica.

            Sin embargo, la solidaridad con Cuba parece ser más fuerte y el propio presidente bolivariano, Nicolás Maduro, ha confirmado su participación, aunque nadie puede asegurar que esa Cumbre no se convierta en un espacio para la confrontación entre ambos países o de los países de Suramérica contra Estados Unidos, tal como sucedió en la IV Cumbre de Mar del Plata, Argentina, en el 2005, donde México y los Estados Unidos intentaron imponer al resto de países el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA).

            Por lo pronto, Cuba ha reiterado su enérgica condena a las inaceptables e injustificadas sanciones unilaterales impuestas a la República Bolivariana de Venezuela por parte de los Estados Unidos, y a la continuada intervención externa con el fin de crear un clima de inestabilidad en esa nación; ratificando su firme respaldo a la revolución bolivariana y al gobierno legítimamente elegido por el pueblo, encabezado por el presidente Nicolás Maduro.

            Sin embargo, la Cumbre será un termómetro para medir la correlación de fuerzas a favor de los Estados Unidos en la región, acorralado por la creciente influencia de China en la economía mundial y en Latinoamérica, cuyo poderío financiero está arrinconándolo en numerosas áreas tradicionales de influencia y cuestionando su hegemonía dentro del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La recomposición de las relaciones de los Estados Unidos con América Latina es vital ahora, si quiere conservar al continente como su área de influencia natural y protegerla de la incursión china, sin mencionar el interés de los rusos por hacer negocios en los países latinoamericanos, como el gran canal que ya construyen en Nicaragua.

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