Nuestro muro de Berlín

CONCIENCIA CIUDADANA

    •    Sin lugar a dudas, lo que sucedió hace 30 años en Berlín, dio paso a una serie de cambios que hoy nos parecen naturales… 


Han pasado, quien lo creyera, 30 años de que el muro de Berlín, símbolo del enfrentamiento conocido como la Guerra Fría entre el mundo capitalista y el comunista concluyera al abrirse, de manera confusa y sorpresiva, por parte del gobierno de la entonces República Democrática Alemana, el paso que impedía la muralla construida para dividir la ex capital alemana en dos sectores: uno a cargo de EUA, GB y FR, y otro al bajo la vigilancia de la Unión Soviética; pocos años antes, esas naciones triunfaron sobre las fuerzas nazis dividiéndose de inmediato por intereses materiales y perspectivas ideológicas irreconciliables.
En 1989, año de la caída del famoso Muro de Berlín, habían pasado ya muchos acontecimientos como para que quienes con un poco de inteligencia y una menor carga de fanatismo, continuaran creyéndose el cuento del enfrentamiento de los “buenos” contra los “malos” que hasta entonces separaban a la humanidad entre quienes consideraban al capitalismo como el mejor sistema de vida posible y quienes, contrariamente, afirmaban lo mismo del bando socialista, acompañando sus ideologías con la convicción de acabar a toda costa con el enemigo en el terreno que fuera, incluso mediante una guerra nuclear; sin importar que tal solución pudiera desaparecer del planeta a la humanidad entera.
Sin embargo, para entonces, el capitalismo había mostrado su negra faz en todo el planeta: desde su capacidad de destruir a sus enemigos con bombas nucleares como lo hizo en Hiroshima y Nagasaki en Japón, pasando por las guerras de Corea y Vietnam, donde los países capitalistas  intentaron inútilmente de detener la liberación de los pueblos mediante guerras convencionales que dejaron tras de sí millones de muertos y desastres económicos y naturales irreparables.
Además, en Latinoamérica, África y el Sudeste asiático, el capitalismo occidental fomentó y auspició regímenes dictatoriales y el sometimiento de sus fuerzas armadas a políticas contrainsurgentes y de exterminio auxiliadas por policías siniestras y represivas de los  movimientos populares de liberación. Pocos fueron los gobiernos que se libraron de tal política represiva;  incluso algunos que, autoproclamándose independientes y no alineados a ningún bando ideológico; en los hechos respondían solapadamente a los intereses hegemónicos del capitalismo, como se demostró con la represión sufrida por el movimiento estudiantil de 1968; cuyos fines se orientaban a terminar con la antidemocracia y el autoritarismo del llamado “régimen de la Revolución Mexicana”, que terminaron siendo reprimidos salvajemente por el estado autoritario cobijado por la bandera del “nacionalismo revolucionario”.
Pero en el campo contrario  tampoco las cosas pintaban tan bien como lo proclamaba su intensa  propaganda política, influyendo poderosamente sobre los movimientos obreros, sociales y estudiantiles de todo el mundo. Pese a contar aún con una poderosa fuerza persuasiva, para los años ochenta del siglo XX el socialismo real iba perdiendo aceleradamente su credibilidad en amplios sectores intelectuales, estudiantiles y populares cuestionados por los efectos del estalinismo sobre el movimiento comunista internacional; la concentración del poder en las elites partidistas; la conformación de una casta burocrática ineficaz y corrupta y la permanencia de un estado policiaco oficialmente destinado formalmente a combatir a los enemigos del poder del proletariado pero en los hechos represor sistemático de la sociedad socialista entera.
Esas contradicciones provocaban un mar de confusiones y conflictos entre quienes seguían sosteniendo al socialismo como la única salida para los pueblos latinoamericanos y quienes intuían que tal camino pudiera estar equivocado o mal aplicado en esta parte del mundo. Por supuesto, hubo quienes, aprovechando las contradicciones del socialismo “real”, saltaron oportunistamente al campo del capitalismo; pero también quienes sincera y lealmente criticaban lo que sucedía en el campo socialista; acción que desembocó en el surgimiento de una conciencia superior a los dogmas en los cuales  habían formado.  José Revueltas, en los años sesenta y setenta, fue uno de esos pocos personajes que vislumbraron, a costa de ser juzgados como enemigos del partido proletario; una nueva forma de ejercicio revolucionario, repelente a dogmas y autoritarismos y profundamente solidario y humanista.
Así pues, si el muro de Berlín cayó a finales de los años ochenta ante el impulso de  multitudes juveniles que se abalanzaron a cruzarlo y destruirlo;  fue porque el efecto de un largo proceso de desgaste de una ideología y un aparato de estado que terminaron por perder su potencial libertador y la validez de los argumentos que los sostenían colapsando ante los embates de sus propias contradicciones. Sé que duele, pero tras el histórico suceso, no se dio ni en Berlín ni en Alemania entera, ningún movimiento popular masivo ni un alzamiento armado de las fuerzas del estado para defender las instituciones socialistas. Las multitudes salieron a celebrar su final a las calles y los ejércitos rojos se quedaron (afortunadamente) en sus cuarteles esperando órdenes de las nuevas autoridades. 
Sin lugar a dudas, lo que sucedió hace 30 años en Berlín, dio paso a una serie de cambios que hoy nos parecen naturales pero que en realidad tomaron impulso y rumbo a partir de ese histórico acontecimiento; tales como la transición de los movimientos y partidos socialistas y comunistas a los movimientos y partidos “democráticos”;  el renacimiento del espíritu crítico dentro de la teoría política y social; la aparición de las teorías deconstructivas e interculturales que pusieron en su sitio a la soberbia occidental creyéndose el centro del pensamiento mundial, así como el surgimiento del pensamiento descolonizador que pugna por otras formas de vida superior a los determinismos del capitalismo y del socialismo del pasado en Latinoamérica.
Sin embargo, el afán de construir muros divisorios no ha dejado de seducir a los tiranos de nuestro tiempo. Así, vemos como, sin rasgarse las vestiduras como lo hicieron con el muro de Berlín, los más reaccionarios sectores de la sociedad norteamericana apoyan jubilosos el muro de la construido a lo largo de la frontera con México. Nosotros pues, también tenemos nuestro muro, pero como el de Berlín, sabemos que tarde o temprano, (y creo que más temprano que tarde) caerá ante el avasallador empuje de la fuerza del pensamiento libre, la igualdad humana y la fraternidad entre los pueblos. En la historia, ningún muro interpuesto entre los hombres ha dejado de caer y éste, también caerá.
Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS CON NOSOTROS.        
 

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