Nuestra práctica filosófica

Tiempo esencial IV
    •     A partir de la Edad Moderna la filosofía vuelve a las pretensiones de objetividad y rigor del Medievo; atraída por la perfección de las formas lógicas y matemáticas que se erigían como la regla de oro de una nueva explicación de la naturaleza


En la pasada entrega de Tiempo Esencial, dijimos que hacer filosofía requiere de cierto grado de inteligencia; pero ante todo, pasión por la verdad, compromiso, atención, espíritu libre y una buena dosis de sacrificio. A cambio de tales exigencias, los resultados serán fructuosos para quienes cuenten con el ánimo suficiente para emprender su estudio; tanto en su formación intelectual, como para su vida cotidiana.
   Sin embargo, hemos de reconocer que la opinión pública es un tanto escéptica acerca de los beneficios del pensar filosófico actual; que no se distingue precisamente por su tono esperanzador respecto a la condición humana; perspectiva radicalmente distinta a la actitud filosófica de la antigüedad; tal vez más ingenua, pero mucho más optimista que la de hoy.
   Y no es que las cosas anduvieran entonces mejor que en nuestros días: el mundo siempre ha sido escenario de miserias suficientes para paralizar cualquier optimismo; lo que pasa es que entonces la filosofía no había efectuado la separación que más tarde ocurrió en la filosofía moderna entre el mundo de la vida y el mundo de la razón;  provocando un sentimiento de aislamiento y soledad   que llevó a Blas Pascal –un matemático notable- a reconocer  que “el corazón tiene razones que la razón no conoce”.
   En el clasicismo, Sócrates, Platón y Aristóteles y aún los estoicos y los epicúreos; coincidían en tener a la práctica filosófica como la mejor forma de vivir la vida. En cambio, los medievales, la consideraron como una propedéutica de la teología; lejos de la natural audacia que caracterizó a los filósofos antiguos, para quienes dedicarse al cultivo de la filosofía resultaba suficiente para alcanzar “una vida feliz”. Tras el Medievo, el Renacimiento trajo consigo nuevos aires de optimismo, que insufló en sus filósofos una confianza desmedida en la capacidad humana de “saberlo todo y pensarlo todo” dando pie a un entusiasmo compartido hasta por quienes pagaron con la vida su confianza en la humanidad.
   A partir de la Edad Moderna la filosofía vuelve a las pretensiones de objetividad y rigor del Medievo; atraída por la perfección de las formas lógicas y matemáticas que se erigían como la regla de oro de una nueva explicación de la naturaleza. Finalmente, el resultado de este proceso concluyó a mediados del siglo XIX con la formación de las ciencias modernas, a costa de diluir la integridad desde la que se entendía el hombre en la filosofía antigua; permitiendo, gracias a ello, el desarrollo prodigioso de la economía, la ciencia y la tecnología del mundo moderno y obteniendo la aprobación social de su papel transformador y benéfico.
   Sin embargo, esta confianza del hombre en la ciencia, ha entrado desde hace tiempo en una crisis de credibilidad, al perderse la confianza que gozó como instrumento de progreso humano al supeditarse al desarrollo económico bajo la lógica del utilitarismo y la integración de la vida humana a la dinámica de la producción enajenada de bienes y servicios.  En ese escenario, las humanidades han terminado por replegarse ante los avances de las ciencias “duras”, la tecnología y la comunicación masiva y,   en ese proceso, la práctica filosófica se convierte en un ejercicio limitado a espacios académicos cerrados; aislados de los grandes conglomerados sociales que caracterizan la vida moderna. Y no es que falte en ellos atención a los problemas del hombre actual, ni que se carezca de producción literaria sobre ellos. Por el contrario, existen numerosas publicaciones especializadas en nuestro país y otros países hispanoparlantes que dan a conocer permanentemente la obra humanística de nuestros filósofos. Sin embargo, la mayor parte de esa producción responde a la lógica académica y de las instituciones que las patrocinan así como de los círculos nacionales e internacionales especializados donde circulan sus textos, y no precisamente a la necesidad de divulgar el pensamiento filosófico en la sociedad.  
   Pero ¿qué tiene que ver todo esto con nuestro propósito de contar con la presencia de la filosofía en la casa hidalguense?
   No intentamos con lo dicho provocar un desencanto y abandonar la empresa, sino cumplir un requisito indispensable para iniciar los esperados diálogos y meditaciones filosóficas que esta columna se ha propuesto provocar en sus lectores; consistente en informar con toda lealtad el estado del arte que presenta la práctica filosófica de nuestro tiempo y que, por supuesto, incide en la situación concreta que presenta la filosofía en sociedades como la nuestra; tan integrada al mundo globalizado como aislada de algunas de sus más importantes actividades: entre ellas, la que permite conocernos en nuestra propia singularidad a la par de hacernos sentir parte integral (en condiciones de igualdad con quienes ya forman parte de ella), de la nueva conciencia que se expande y actúa hoy por hoy por todo el planeta.
Seamos pues, realistas; pero atrevámonos a soñar que en Hidalgo, como en cualquier parte del mundo, la filosofía tiene un papel importante que desempeñar y que esta columna es una muestra palpable de ese propósito. Revisando la brevísima reseña expuesta anteriormente, podemos concluir que cada etapa histórica y cada cultura, sociedad o comunidad humana hubo de emprender, de acuerdo a sus circunstancias y posibilidades; una lectura distinta de la realidad a la que hasta entonces se hacía pasar como “normal”, “prudente” u “obvia”, y que quienes se atrevieron a hacerla gozaron de sus triunfos lo mismo que sufrieron por las consecuencias de sus actos. Pero también que lo hicieron con los recursos y formas a su alcance y no con otros: la plaza pública para los atenienses; el monasterio o las escuelas palatinas de los medievales; las universidades en las sociedades modernas o los centros de investigación y de publicaciones especializadas donde los filósofos profesionales de nuestro tiempo desarrollan sus tareas.
Soñar con que algún día contemos con algún espacio ideal para la filosofía en nuestro medio no está por demás; pero aquí y ahora los pachuqueños no somos griegos, ni medievales, ni modernos o parte de sofisticados medios sociales contemporáneos; por lo pronto, y situándonos en nuestro tiempo y nuestras circunstancias, la nuestra será una tarea periodística, no solo de investigación y erudición sino de difusión y divulgación; de invitación al diálogo sin ninguna cortapisa más que el sincero deseo de buscar sin condición alguna abrir paso a la verdad entre las verdades de cada teoría, propuesta, argumento o voz, por ingenua que parezca. La filosofía se hace aquí y así, presente en la casa hidalguense.   

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