PEDAZOS DE VIDA
El cuerpo se hace nudos, se contraen los músculos, se siente una pesadez como si en el sueño hubiéramos cargado todas las culpas y sentimientos que dejamos ahí, en el submundo de lo que no queremos o no pudimos confrontar. Experiencias que se convirtieron en recuerdos enterrados en el cementerio que pretendemos hacer en nuestra memoria pero que aunque logramos sepultar los epitafios quedan afuera, siendo tormentos que van y regresan que desentierran todo lo que hay debajo, todo.
Y entonces dan ganas de llorar, pero como si estuviéramos malditos, las lágrimas nos son negadas, y se quedan dentro, haciendo nudos, nudos en la garganta, en la espalda, en el cuerpo. La serpiente constrictora de la preocupación, la angustia, la impotencia… Se encarga de constreñir el tronco, de apretar los pulmones y hacer que la respiración se convierta en suspiros, en formas de medio sentir que seguimos vivos.
Luego vienen las palpitaciones, el reventar del corazón, el sentir que se convierte en una bola de papel que se va al basurero, tocarse el pecho y sentir, sentir al máximo esa sensación de que en cualquier momento se saldrá para echarnos en cara que no fuimos capaces de cuidarlo, para escupirnos y dejarnos tumbados en el piso de la tristeza, ahogados en una pena que no ha podido convertirse en llanto, por qué no hay lágrimas, en este desierto llamado desolación.
Y los nudos se aprietan, se hacen más y más complicados, el cuerpo se hace bolas, y siente el peso de todo lo que no vemos pero que hemos cargado, el demonio ha escapado de nuestros sueños y ha dejado un cuello torcido, una espalda golpeada y un peso con el que se tiene que cargar con el paso del tiempo, hasta que ese mismo peso convertido en nudos logra exprimirnos, y cuando nos ha dejado de sin lágrimas entonces se da a la tarea de asfixiarnos, de reventarnos, de dejarnos sin voz para gritar y luego sin aliento para vivir.