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No tienen la culpa los partidos…

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ANÁLISIS

No suele gustar la sentencia de que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen” (Alejandro González Iñárritu implicó que no nos merecemos los gobiernos que tenemos). 

No agrada porque hace corresponsable al ciudadano de los males políticos que le aquejan, de los abusos de los que es víctima por parte de políticos y gobernantes. Es mejor adjudicar toda la responsabilidad a aquéllos para quedar uno como víctima indefensa frente a la maldad y ambición de los poderosos.

Pero resulta que sí, que en buena medida somos corresponsables del mal gobierno, del abuso y la corrupción política. Un ejemplo muy claro de ello es nuestro comportamiento frente a las urnas, uno de los pocos mecanismos para hacernos oír. Buena parte de la ciudadanía decide refrendar su respaldo a esos partidos que le roban, despilfarran, se corrompen, se sirven con la cuchara grande y se protegen mutualmente. O, en el mejor de los casos, los electores guardan un silencio de indiferencia u omisión. 

Dicen los ciudadanos inconformes —la gran mayoría— no sentirse representados por ningún partido, pero al votar por alguno de ellos establece esa representación legal, formal y políticamente, lo que implica otorgar a los partidos permiso para que en su nombre sigan haciendo todo lo que hacen. Habría que preguntar a esos ciudadanos: “Si no te sientes representado por ningún partido, ¿por qué le diste tu visto bueno a uno de ellos, tu permiso con el cual tomará cualquier decisión en tu nombre sin que después puedas hacer nada para evitarlo o aplicar una sanción?”.

Cuando alguien se queja amargamente de los abusos de los políticos, le molesta que se le diga; “Sí, pero todo eso lo hacen con tu consentimiento”, lo que es exacto cuando por algún partido se votó en la última elección.

Decía una antigua propaganda del IFE “Si no votas, no te quejes”; si no te involucras en la designación de los gobernantes ¿con qué derecho les pides cuentas? Me parece que, dados los pocos mecanismos de control con que contamos, la cosa es a la inversa: si mediante el voto das tu aval a quienes ya sabes cómo son —abusivos, corruptos, irresponsables, despilfarradores— entonces no te extrañe que sigan con lo mismo que vienen haciendo. Les has dado tu permiso y visto bueno para ello. O bien guardaste silencio en lugar de protestar alto y claro. El voto nulo —y ahora el emitido por los candidatos independientes— equivale a proferir un “¡Ya basta!” de manera clara e inequívoca, civilizada, legal y pacíficamente. 

Me parece que en México la ciudadanía presenta el síndrome de la mujer golpeada; aguanta resignadamente las golpizas que le propina su marido, y hasta defiende el derecho de éste a hacerlo; “Para eso es mi marido” (“para eso son nuestros partidos”, podríamos decir también). O bien, cuando decide marcharse y quizá denunciar al marido golpeador, este le pide perdón de rodillas, llora y le ofrece cambiar radicalmente, y ella… ¡se lo cree sin importar que aquél incumpla su palabra una y otra vez!

Cuando conocemos algún caso de estos pensamos que dicha mujer vive así porque quiere. Prefiere aguantar sumisamente los abusos y golpizas bajo la esperanza etérea de que, ahora sí, su marido va a cambiar. Eso sí, con sus amigas se queja y llora amargamente, pero no le pone remedio. De alguna forma eso nos pasa frente a la clase política. Cada elección les volvemos a creer que ¡ahora sí! serán honestos, responsables y éticos. 

En esas circunstancias, y a falta de mecanismos eficaces de rendición de cuentas, nuestra cultura se asemeja más a la del súbdito que a la del ciudadano; una cultura de la sumisión, más que la de la protesta; la resignación más que la exigencia ante los evidentes privilegios y abusos de poder que la clase política practica de manera cotidiana. Dadas tales condiciones aplica aquél dicho de que “No tienen la culpa los partidos… sino quienes por ellos votan” (o guardan resignado silencio). Los partidos bien podrían decir —con el cinismo que los caracteriza— lo mismo que el borracho del cuento: “Si ya saben cómo soy (hip)… ¿para qué votan por mí?”. 

(Agencia EL UNIVERSAL)