No hay más ciego que el que no quiere ver

No hay más ciego que el que no quiere ver

El faro

No hace tantos días se unieron en el zócalo, por miles, ciudadanos que intentaban cada uno desde sus propios postulados, defender una manera de entender la democracia desde la libertad del voto y de unas estructuras que aseguraran igualdad para todos. La convocatoria a esta reunión se hizo de manera silenciosa, sin protagonismos, buscando que la figura del ciudadano fuera la única relevante.

Y se llenó el zócalo y muchos quedaron en las calles aledañas a él. Las gargantas enmudecieron y las personas se dispusieron a escuchar las voces, más o menos afortunadas, de los dos únicos oradores. Lo importante es que se dispusieron a escuchar a quienes tenían la palabra. Respetuosamente.

Tras los discursos, habiendo dejado claro el mensaje a través de la organización y actitud de los caminantes, se retiraron a sus casas o a sus actividades dominicales. No fue para más. Se dijo lo que se tenía que decir y se hizo lo que se tenía que hacer. Nada más.

En contraposición a esta actitud de miles de mexicanos, voces discordantes y disonantes. Las autoridades, nuevamente, por enésima vez, vituperaron vagamente a los ciudadanos acusándoles de algo que era imposible demostrar. Y mañana tras mañana de los días posteriores, la voz única que habla desde temprano, se ocupó de señalar y acosar a los ciudadanos a quienes tiene obligación de cuidar y de respetar. Nunca escuchó.

Por otro lado, los partidos políticos que no estaban en el gobierno se enredaron en los mensajes excluyentes emitidos desde el poder e intentaron fijar posición para cubrir sus intereses. Aumentó el ruido, se subió el tono de los mensajes, la confusión regresó. 

La lección que miles de ciudadanos dieron en público duró apenas unas horas. Las interferencias de los políticos paulatinamente se impusieron a los profundamente importante e interesante del fenómeno convocatorio (curioso significado de esta palabra aplicado a lo que nos ocupa en esta columna). 

Ni los políticos del gobierno ni los políticos que no están en el gobierno son capaces de ponerse en actitud de escucha. Creen que sus voces son las únicas, que sus palabras son capaces de interpretar el sentir de los ciudadanos, que sus voces son más importantes que las de los demás. ¿Por qué no se entrenarán para callarse? ¿Por qué no se formarán para escuchar y no tanto para escucharse? ¿Por qué no miran a los ojos de los demás, sino que reducen a los demás a sus propias miradas?

El fenómeno del zócalo, como cualquier otro en que los ciudadanos de manera libre salgan al espacio público y expresen su pensar y manifiesten sus ideas, debiera convertirse en un momento sagrado, en un momento de reflexión y de escucha, en un momento de atender a quien realmente es el dueño de la democracia. El dueño de la democracia no es la estructura política, no son los cargos públicos, no es el poder amenazador. El dueño de la democracia es el ciudadano y a él siempre hay que escucharlo. Los políticos de ambos bandos no se dan cuenta y es que no hay más ciego que el que no quiere ver. No están entrenados para oír. No escuchan. ¡Qué lástima!

Related posts