Nervios

Nervios

El Faro

Casi sin buscarlo me voy encontrando personas desconocidas que en la plática circunstancial comentan que están trabajando en alguna instancia de gobierno estatal y que están ahora sumamente ocupadas porque están cerrando su periodo y deben tener todo listo para la entrega a la administración viniente.

Gobierno estatal es uno de los máximos empleadores, si no el mayor, de la ciudad. Cada seis años los puestos más importantes saben que tienen que salir, porque el gobernador entrante trae a “su propia gente”. Un volumen no menor de personas, tendrán que buscar nuevo trabajo.

Esto implica varias cosas. Por un lado, es probable que los gobernadores no lleguen a su nuevo puesto con los más preparados, sino con los que tienen mayor compromiso desde la campaña. Por otro lado, si los que entran con interés al “servicio público” conocen de su caducidad, será de prever que recibirán buenos sueldos y buenas prebendas, de tal manera que les compense perder el trabajo en tan corto tiempo. En tercer lugar, habría que tener en cuenta el periodo de aprendizaje. Entran a puestos muy especializados, de ellos depende el bienestar de los demás ciudadanos. Cuando hayan aprendido su oficio, tendrán un periodo limitado para ponerlo en práctica y tendrán que dedicarse a preparar todo para entregar a los siguientes. Por último, si deben rendir cuentas a sus sustitutos de otros partidos, pueden esperar que la revisión pueda ser más o menos exhaustiva. Si fueran de su propio partido, es previsible que no suceda nada y que los salientes estén protegidos por los entrantes.

Si todo esto fuera así, parece justificado el estado silencioso de nervios que se respira en la ciudad. Los funcionarios están dedicando, ahora sí, su mejor esfuerzo a que no les tengan nada que reclamar.

Quizá en sus tiempos libres tengan ocasión de buscar un nuevo puesto que alguien de los que va a entrar pueda ofrecer. Con el costal de la disposición vacío estarán dispuestos a aprender otro nuevo cargo para otros seis años sin importar quién se los ofrezca. Este es el tiempo en que los funcionarios saltan de un puesto a otro sin ningún pudor.

Si este análisis coincidiera con la realidad, habría algunas consecuencias. La más grave es que en toda esta actividad tan frenética no importan para nada los ciudadanos, ni su bienestar, ni una planeación del estado congruente y a futuro. Otra consecuencia es que nadie se puede fiar de nadie. Lo importante es obtener un puesto. Si para ello hay que traicionar, acusar o denunciar, se hace y a continuar. Esto implica que el ambiente de confianza no es el mejor que se pueda desear. 

Quizá pudiéramos organizarnos de mejor manera. Quizá pudiéramos pensar más en funcionarios de carrera a los que se les evaluara regularmente por sus resultados. Quizá no tendríamos que estar volviendo a empezar cada 6 años las labores de gobierno. ¿No sería mejor para todos pensar de otra manera las cosas?