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Nagasaki recuerda el horror de la segunda bomba atómica

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 Recuerdo de la segunda infamia

  • Tres días después de arrasar Hiroshima, EU atacó esta ciudad portuaria para forzar la rendición de Japón

Nagasaki, Japón.- Tras la emotiva ceremonia por el 70 aniversario de la primera bomba atómica celebrada el jueves en Hiroshima, Nagasaki se prepara para conmemorar este domingo su propia efeméride. El 9 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó su segunda bomba nuclear sobre esta importante ciudad portuaria del sur de Japón para forzar su rendición, acabar la Segunda Guerra Mundial y, de paso, demostrar al mundo su nuevo poder militar.

Inicialmente, el objetivo de Washington era Kokura, un polo industrial situado algo más al norte en la misma isla de Kyushu. Pero las nubes que cubrían la ciudad ese día obligaron al bombardero B-29 «Bockscar» a cambiar su rumbo tras dar varias vueltas en círculo esperando a que el cielo se despejara. Como Nagasaki era también un punto militar estratégico por albergar una fábrica de armas de Mitsubishi, su destino quedaba así sellado para la posteridad por una casualidad meteorológica.

A las once y dos minutos de la mañana, un artefacto de 3,25 metros de largo, 1,5 de diámetro y 4,5 toneladas de peso estallaba a una altura de 500 metros sobre el barrio de Matsuyama-machi, al norte de Nagasaki, y desataba un nuevo infierno en la Tierra. Hoy, un monolito negro en el Parque de la Paz, escenario de la ceremonia de este domingo, señala el lugar donde cayó la bomba. Su explosión, equivalente a 21.000 toneladas de TNT, mató a 70.000 de los 240.000 habitantes de la ciudad y dejó a más de 120.000 personas sin hogar, ya que destruyó un tercio de las casas de Nagasaki. Al igual que en Hiroshima, la nueva bomba, apodada «Fat Man» («El Gordo») por su forma, liberaba una cantidad de energía tan descomunal que su onda expansiva arrasaba casi siete kilómetros cuadrados y, con unas temperaturas de miles de grados, abrasaba hasta volatilizar todo cuanto encontraba a su paso.

«La gente, carbonizada, pedía agua, y los cadáveres se apilaban en las ruinas»

«Perdí a mi madre y a cuatro de mis cinco hermanos. Jamás encontramos sus cuerpos», explica Shigemi Fukahori, un sacerdote católico de 84 años que vivía con su familia a solo 500 metros del hipocentro donde estalló la bomba, cerca de la catedral de Urakami, que quedó reducida a un amasijo de escombros. Junto a él, que estaba ese verano interno en un noviciado, solo se salvaron su padre, que trabajaba en la fábrica de armas, y su hermano mayor, que servía en el Ejército. (Agencias)