LAGUNA DE VOCES
Siempre habíamos visto distante lo que sucedía “allá, lejos”, en otro continente, en un país allende al mar. Lejos de pensar que algo llegara de lugares tan apartados, como no fuera cantantes españoles, unos buenos, la mayor parte malos, ansiábamos con absoluta esperanza algún día ser los que caminaran por la Plaza Mayor de Madrid o a orillas del Río Sena en París. Sueños como los que conforman la mayor parte de nuestra existencia y nos mantienen vivos, esperanzados en que algún día, “con otra suerte y alguna lotería” como decía Benedetti, aterrizáramos en ese lugar anhelado y suspirado.
Así que dedicamos buena parte de la vida a colocar sobre bases firmes ese sueño casi imposible de mirarnos caminar por los lugares donde lo hicieron los grandes escritores, músicos, artistas, y tomar café de frente a una torre monumental de acero y luces. Porque buena parte de nuestra existencia es soñar y otra esperar, simplemente esperar.
Pero sucedió al revés. De los lugares fantasmagóricos llegó un visitante que nada tiene que ver con arquitecturas deslumbrantes, cuadros pintados por magos de los colores y trazos. Lo primero fue decirnos que era una mentira, que a lo mejor eso había pasado “allá, lejos”, pero no aquí, en la pequeña ciudad donde con toda seguridad llegamos a vivir, pero no a lo contrario. “Allá, lejos” porque es una constante que les peguen guerras que se dicen mundiales, crímenes del criminal más criminal de la historia. “Allá, lejos”, está el sueño anhelado, pero también la pesadilla que de pronto alguien anunció su arribo a territorio patrio.
Decidimos no entender, no aceptar que del cielo que construimos en la imaginación, también pueden bajar demonios que matan al menor suspiro en que se jala aire y con éste al que llaman virus con corona.
Algunos afirman que tarde, comprendimos que estábamos ante la guerra más temible de la historia mexicana. Acostumbrados a mirar de lejos los acontecimientos trágicos, apostamos hasta el último momento a una invulnerabilidad sacada de quién sabe dónde, incluso de comer tantos tacos en las calles, y aguantamos estoicos la caída de las almenas que defendían los últimos vestigios de la muralla.
Nos sentimos tristes cuando amaneció y ya estábamos resguardados a piedra y lodo en los diminutos castillos que son nuestras casas; empezamos a conocer palmo a palmo, centímetro a centímetro, cada pedazo del mosaico y las paredes; a conocer también la capacidad única de quienes son alegres y festivos pese a todo, como mis hijas y mi nieta que hacen tareas de la pequeña, que consisten a captar imágenes que empiezan con la letra del abecedario, y en una de ellas aparezco con sonrisa gigante como solo puede mostrar el que poco lo hizo durante su infancia y adolescencia. Todo sea por ilustrar la letra S, de sonrisa por supuesto.
Quienes por necesidad todavía acudimos al centro de trabajo, aprendemos también a reconocer el esfuerzo y entrega de cada uno de nuestros compañeros y compañeras, porque el temor es parejo con todo y que algunos tienen el don de verse siempre tranquilos. Cada uno de los que nos encontramos en la oficina sabemos que además de dar cumplimiento a la responsabilidad que nos toca, también lo hacemos porque descubrimos ser parte de una embarcación a la que siempre le harán falta nuestros brazos para remar hacia un puerto seguro.
No, no todo lo que llegó de las ciudades luz con río en medio, torres de acero y rayos blancos, plazas que anunciaron lo que serían las nuestras, es malo. Finalmente empezamos a entender que igual que el trabajo, también somos parte de la embarcación más grande que es el mundo, la tierra diminuta en la infinidad del universo, pero nuestra casa, con mosaicos hermosos en sus mares y paredes que nos hablan de hogar en sus montañas.
Navegaremos con dificultad en estos tiempos de aguas procelosas, pero llegaremos acompañados del recuerdo de los que se fueron. Los de ahora, de hace muchos años, pero que remaron junto a todos para llegar a la orilla de la playa, y saber que después de todo nada hará que dejemos de creer en la esperanza.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPerata