LA GENTE CUENTA
Mireya recién salía de la maquila, temprano como todos los días, con un paso apresurado camino a las oficinas del DIF, buscando información infructuosamente, saliendo con lágrimas en los ojos para dirigirse hacia el albergue de migrantes, en un pequeño rincón de la ciudad de Tijuana.
Esa tarde, Mireya llegaba de las oficinas gubernamentales sin hallar alguna pista de Mateo, su pequeño hijo, que el momento de cruzar la frontera de México con Estados Unidos fueron detenidos por la policía fronteriza, llevándolos hacia un lugar sombrío, donde ella dejó de verlo y jamás volverlo a ver.
Llegaba a su habitación desmoralizada, sin saber que hacer al respecto. Una de las habitantes de aquel albergue, al ver deprimida a Mireya, se acercó a consolarla.
-¿Ya cuánto tiempo llevas esperando?
-Siete meses –respondió Mireya con lágrimas en los ojos.
La mujer abrazó con fuerza a la madre desesperada. Se apartó de ella un momento para dirigirse hacia una pequeña parrilla eléctrica, puso a hervir un poco de agua, colocó unas hierbas y se le ofreció la infusión.
-¿Vas a seguir insistiendo? –insistió la mujer.
-Definitivamente –respondió con determinación Mireya-. Aunque no me regrese a mi país, voy a esperarme toda una vida si es necesario.
-La compañera se asustó con la respuesta de madre doliente. Parecía decidida a buscar s su pequeño con sus propias manos si lo ameritaba. La dejó dormirse en su catre, mientras una lluvia azotaba inclemente,
Al día siguiente, Mireya volvió a reanudar su vida, yendo a trabajar en la maquila. Era un día muy flojo, pero ella trabajaba muy duro. Fue entonces que uno de los trabajadores la mandó llamar.
-¿Qué pasó?
-El jefe dice que vayas de inmediato al DIF
Un chispazo de energía la hizo correr hacia las oficinas, con la esperanza de que habría buenas noticias. En cuanto llegó, la hicieron pasar hacia una habitación, donde había muchas camas pequeñas.
Un pequeño con cabellos abundantes miró desconfiado a la señora con un uniforme gris. Mireya se acercó un poco para corroborar. Miró el lunar en su mejilla derecha.
-¿Mateo?
-¿Mamá?
Y un impulso hizo que ella lo abrazara con mucha fuerza. Una muralla los había separado, y ahora se volvían a encontrar.