Ella, con su universo multidisciplinar, se convirtió en parte de su obra
La artista plástica portuguesa Helena Almeida murió el día de ayer, a la edad de 84 años en su casa de Sintra, según informó la Galaría Filomena Soares, representante de la artista. La fotógrafa, que actualmente exponía en Helga de Alvear sus obras más recientes y a partir de mañana en el Museo Lázaro Galdiano como parte de la colección de arte contemporáneo de la Fundación Coca-Cola, era considerada como una de las más importantes artistas lusas. Referente feminista y pionera en el uso de su propio cuerpo como un ingrediente más de su obra fotográfica, como crítica a la representación del cuerpo femenino, llegó a afirmar que su obra era su cuerpo y su cuerpo era su obra.
“Aunque lo intente, no consigo definir mi trabajo. Lo veo como un todo, en el que están las ideas, el espacio, el dibujo, la pintura, la fotografía… es como una bola, como una esfera. Lo siento como un vocabulario muy propio, en el que me reconozco, pero soy incapaz de decir exactamente en qué disciplina situarlo”.
Nacida en Lisboa en 1934, hija del escultor Leopoldo Almeida, en cuyo taller, realizó sus primeros trabajos como aprendiz, Almeida estudió Bellas Artes en la capital portuguesa. Influenciada por Lucio Fontana y sus conceptos espaciales, su obra, mayoritariamente en blanco y negro y con una composición austera, se inició a finales de los años sesenta, llegando a exponer por primera vez en 1967. “Con las primeras obras de finales de los sesenta -analizó José Luis Clemente en la edición impresa de El Cultural de marzo de 2017- , esos lienzos y bastidores en proceso deconstructivo, Helena Almeida trasciende el formato del cuadro como ventana y la pintura como fin último de la representación, para dar paso a la acción, en un momento crucial para el arte”.
Aunque no fue hasta su participación en la Bienal de Venecia en 1982 y 2005 que la fotógrafa adquirió importancia. Presente amenudo en nuestro país, Almeida, escribió Rocío de la Villa en 2010 “eligió el atavío de quienes cambian en silencio la utilería de los escenarios. Su cuerpo dibujaba líneas y formas, mientras su silueta marcaba un vocabulario gestual elemental: la afirmación y la vulnerabilidad, el grito y la aceptación. A veces con su rostro frente al espejo, siempre directa, reteniendo la inmediatez y la frescura del acto en su figura, que se desplegaba con determinación o se comprimía hasta convertirse en fardo. Siempre rechazando, sin embargo, el morbo autobiográfico, usándose como modelo: sujeto y objeto a un tiempo”.