Recibió la Palma de Oro en Cannes en 1997 por ‘El sabor de las cerezas’.
El director iraní Abbas Kiarostami, figura fundamental del cine de las últimas tres décadas, falleció ayer a los 76 años en París, donde se había trasladado estos últimos meses para recibir tratamiento para el cáncer gastrointestinal que le diagnosticaron en marzo. Termina así la vida del jefe de filas de la nueva ola del cine iraní, además de poeta, pintor, fotógrafo y artista ocasional, que habrá explorado nuevas vías para el cine contemporáneo, abriéndolo a otras geografías físicas y humanas, además de teñirlo de humanismo y de voluntad documental.
Nacido en Teherán en 1940, Kiarostami se formó como artista plástico, diseñó carteles y publicidad y dirigió un centenar de anuncios televisivos, además de ilustrar algunos libros infantiles. A los 29 años, empezó a trabajar para el Kanun, un centro para el desarrollo intelectual de los niños iraníes, donde rodó películas educativas destinadas a los jóvenes. Solía decir que, gracias a esos reportajes, se convirtió en artista. En ese marco rodó su primer cortometraje, El pan y la calle, muy influido por el neorrealismo italiano, que basó en experiencias de su propia juventud.
Kiarostami fue venerado por autores como Kurosawa o Tarantino, que veían en él a un heredero de Rossellini. Compartía su gusto por los personajes infantiles, tal vez a causa de los inicios de su carrera.
Su cine se caracterizó por una marcada poesía visual, acompañada de un estilo semidocumental que bebía de Vittorio De Sica y de Éric Rohmer, pero también de una sutil socarronería cercana al cine de Jacques Tati, a quien idolatraba. A partir de historias corrientes o incluso minúsculas, Kiarostami abordó las grandes cuestiones de la existencia, casi siempre a partir de la alegoría. Sus películas están pobladas de carreteras y vehículos, que circulan a través de paisajes tan áridos como espectaculares.