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Morelos y Acuña: mártires del palacio de la Inquisición luego Escuela de Medicina

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Mochilazo en el tiempo              

Cuando Octavio Rivero Serrano decidió que quería dedicar su vida a la medicina tuvo que dejar su natal Puebla y trasladarse a la Ciudad de México para estudiar y convertirse en médico cirujano, pues en aquellos años, 1947, una de las únicas opciones para lograrlo era la Escuela Nacional de Medicina, institución que desde 1854 se instaló en el antiguo Palacio de la Inquisición; ubicado en la esquina de las calles de República de Brasil y República de Venezuela, frente a la Plaza de Santo Domingo.

Varios años después, en 1981, Octavio Rivero se convirtió en el rector número 37 de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

En entrevista con EL UNIVERSAL indica que en un año cumplirá 70 de haber estado en la Escuela Nacional de Medicina. Uno de sus recuerdos más vivos es la materia de Anatomía: “La clase fundamentalmente consistía en memorizar del libro de Anatomía humana las 10 o 12 páginas que nos dejaban de un día para otro, para que cuando el profesor preguntara pudiera recitar esas páginas”, narra el también miembro honorario de la Academia Nacional de Medicina.

El doctor añade que se desvelaba y estudiaba hasta las tres o cuatro de la mañana, para dormir tan sólo unas horas, pues debía tomar el autobús a las seis y media para llegar a la escuela y alcanzar algún lugar en una clase destinada a 200 personas.

El también ex director de la Facultad de Medicina sabía que el edificio había sido ocupado por el Tribunal del Santo Oficio, pero valoraba más que éste fuera resultado del esfuerzo de maestros para convertirlo en escuela de medicina. “Todos los que llegamos a ese lugar sabíamos que era un edificio antiguo, que había sido conquistado por los profesores de la Escuela de Medicina un siglo atrás, para la impartición de clases de medicina y que antes de eso había sido el sitio del Tribunal de la Inquisición muchos años atrás; pero en realidad, lo que importaba para nosotros no era el recuerdo de la Inquisición, sino de que había sido el sito de la Escuela de Medicina de la Universidad de México, que ya era autónoma desde 1929”.

Santa Inquisición: tortura, encarcelamiento y sentencia

Así, este edificio que hoy muestra a través de un museo la historia de la medicina en México fue habitado por la Santa Inquisición de la Colonia hasta la Independencia de nuestro país. Pero lo que pocos saben es que entre sus paredes vivieron sus últimos días dos personajes importantes y de trascendencia histórica y literaria: José María Morelos y Manuel Acuña.

Este recinto tiene guías que se prestan a contar anécdotas del lugar como Fernando Navarrete, quien señala que la Santa Inquisición llegó a establecerse formalmente en 1569 en la Nueva España. Al no tener una sede, el gobierno consiguió que la institución se colocara en la propiedad conocida como las casas de Velázquez de Salazar, hasta que en 1577 el gobierno las compró.

Dichas construcciones siempre necesitaron cambios y obras de mantenimiento, pues se encontraban sobre suelo fangoso de la ciudad, incluso llegaron a ser las peor edificadas en el siglo XVII. En la investigación realizada por Francisco José Santos Fertuche, “Señorío, dinero y arquitectura: el Palacio de la Inquisición de México, 1571-1820”, se explica que éstas sirvieron a la inquisición de viviendas, oficinas y como cárceles para los acusados y reos.

En ellas también se encontraba uno de los mayores secretos del tribunal: una cámara en donde guardaban las pertenencias de los demandados, entre las que destacaban objetos de gran valor artístico y los nombrados “libros prohibidos”.

Los inquisidores tenían comisiones que se encargaban de investigar los casos que les llegaban en anonimato. Al considerar sospechosa a la persona denunciada, se mandaba arrestar para que fuera trasladada al tribunal. En él se le interrogaba, y en caso de que no aceptara su culpa, se le torturaba de tres maneras.

Después de la tortura venía el encarcelamiento y la sentencia, que era escogida por un Tribunal civil, no por el Santo Oficio. Además de castigar la herejía y la hechicería, la Inquisición perseguía a judíos, portugueses y a toda persona que significara un peligro para el gobierno. Entre sus reos existieron personajes relevantes en la historia de México como aquellos que lucharon y apoyaron la independencia del país.

– Morelos, castigado por hereje formal, enemigo y revolucionario

Uno de sus prisioneros más afamados por su participación en la guerra de Independencia junto con Miguel Hidalgo, fue José María Morelos y Pavón. De acuerdo con Fernando López Trujillo, historiador y escritor de “Morelos. Sacerdote y general del México insurgente”, Morelos fue capturado en 1815, en Tezmalaca, después de una batalla. Él quiso escapar, pero lograron encontrarlo y tras su arresto fue trasladado a la Ciudad de México para ser encarcelado y juzgado por la Santa Inquisición.

Trujillo menciona que en su contra, durante todo el proceso, se cometieron diversos actos injustos; desde la falta de elección de su defensor hasta ser sometido a diferentes humillaciones y torturas. Además, el Tribunal le otorgó los cargos de hereje formal, ateísta, libertino, revolucionario, enemigo “implacable” del cristianismo, entre otros. Incluso las pocas pertenencias que le quedaban le fueron sustraídas a él y a su familia.

Fue condenado a la degradación religiosa, al exilio en África —lo cual no se llevó al cabo—y por ello a la pena de muerte. El 22 de diciembre de 1815, Morelos fue encadenado de manos y piernas para viajar a San Cristóbal, Ecatepec. Se hincó frente al paredón y fue ejecutado. Con su muerte terminaría una importante etapa de la independencia del país.