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Camotero, el oficio por gusto y herencia

 

Por algunas calles de la Ciudad de México aún se escucha el tradicional silbido del carrito de los camotes. Se trata de un oficio de herencia, caminatas largas y mucha paciencia

 

Como hasta ahora hemos retratado en este espacio, muchos de los oficios de la Ciudad de México han desaparecido o están desapareciendo y el de camotero no es la excepción. Tanto los veteranos en el negocio como los más jóvenes reconocen que las ventas han disminuido y que “ya no es como antes”.

EL UNIVERSAL entrevistó a cuatro camoteros de la ciudad quienes nos hablaron de este oficio y de su gusto por su trabajo.

Gerardo Máximo, quien lleva 20 años en el oficio, recuerda mejores tiempos: “los carros eran más grandes y cargaban más mercancía; el tambo era de 200 litros de agua y permitía cargar hasta 60 piezas de camote y 50 de plátanos. Ahora ya los redujimos, la venta ya no es la misma y la capacidad del tambo es de 20 o 50 litros”.

Incluso Iván Jacinto de 22 años, con menos trayectoria, afirma que “ya no se vende como antes”, en un día normal se cose lo de un bote de 20 litros de camotes y entre 20 y 30 plátanos.

“Antes costaban 15 pesos y se vendía más, pero ahora que están a 25 ya casi no se venden, ya es muy poca la gente a la que le gusta”, detalla.

“Sí se saca, pero en más tiempo”, dice Rafael Cruz para quien la situación no es distinta. De las 80 piezas de plátano y 60 de camote que vendía, pasaron a ser 20 piezas de ambas frutas.

También para Delfino Mosqueda las ventas han disminuido en la zona de Santo Domingo, en Coyoacán, “ahorita las ventas están más bajas, la gente ya no compra, ahora prefieren las papas, los pescuecitos, las alitas”.

El carrito silbador. Aunque quienes se dedican a este oficio son mayormente conocidos por vender camotes, también ofrecen plátanos machos, ambos son cocidos al vapor y para su venta son bañados con azúcar o dulce de leche y canela. Gracias al vapor que guarda el carrito, ambos alimentos se conservan calientes y pueden disfrutarse a cualquier hora.

El señor Rafael compró su carrito en poco más de 8 mil pesos; sin embargo, Iván y Delfino los fabricaron.

“Mi abuelo fue quien me ayudó a construir mi carrito, él sabe hacerlos porque tenía muchos años en este oficio”, dice el joven Iván de 22 años. El cuñado de Delfino fue quien le enseñó cómo se armaban, dice que no es muy difícil y que es cosa de saberle. Por esa misma razón Gerardo prefirió comprarlo, “nunca aprendí a hacerlo, con un medio centímetro que uno falle, ya se echó a perder”, expresó.

Estos carritos tienen un volante, además de 3 llantas y un peso de entre 100 y 150 kilos, ya con la fruta y la leña. Cuentan con un tambo metálico del cual existen 4 tamaños o capacidades: 200, 100, 50 y 20 litros de agua. Están hechos de lámina galvanizada o negra para resistir altas temperaturas, funcionan con leña y tienen un tubo vertical que simula una chimenea, a través de la cual se libera el humo.

Tienen dos cajones, uno se utiliza para cocer la fruta y el otro solamente para mantenerlos a temperatura; un pequeño tanque horizontal donde se almacena el agua. Al abrir la llave de paso, una pequeña cantidad de agua se desliza por el tubo y a cierta temperatura el vapor sale a presión por el tubo con una abertura que produce el nostálgico y tradicional silbido.

Para poner a cocer la fruta, ambos cajones se cubren con una capa de la cáscara de los plátanos. La fruta se introduce en el cajón de abajo; los camotes tardan en cocerse 3 horas y una vez que se encuentran listos se pasan al cajón de arriba y se meten los plátanos que tardan hora y media.

El pueblo camotero. San Lorenzo Malacota, en Toluca, Estado de México, comunidad de más de 3 mil personas, la mayoría se dedica a ser camotero. Iván, Gerardo y Delfino son originarios de este lugar y llegaron a la capital a continuar la tradición. En agradecimiento por las ventas, cada 13 de agosto se celebra una celebración religiosa en la Parroquia de San Lorenzo, en esa fecha los camoteros llevan sus carros y los adornan.

“El día de la celebración se les hace su bendición a los carritos, después en la iglesia se regala la fruta para agradecer”, detalla Iván. Pero no todo es fiesta, este oficio demanda un trabajo diario y de todo el día. Además de las horas que invierten en recorrer las calles, se suman las horas para comprar el producto, regularmente en la Central de Abasto, regresar a lavar y cortar los camotes y plátanos, preparar la leña para cocerlos y esperar el tiempo que requieren para entonces sí, salir a vender diario.

En promedio salen a ofrecer su producto entre las 4 y 5 de la tarde, para concluir entre 9 y 10 de la noche, aunque Rafael Cruz afirma que termina una vez que vende la última pieza. Ya son 37 años los que Rafael Cruz lleva recorriendo las calles del Centro Histórico como camotero. A sus casi 60 años de edad cuenta que empezó a los 18 años, trabajando con un señor que se dedicaba a lo mismo, “él me decía cómo se preparaban y cuando aprendí bien me dio a trabajar un carrito y él se quedó otro”, relata.

Iván Jacinto tiene 22 años y a su corta edad ha dedicado 8 de ellos a este oficio. Fue su abuelo de quien lo aprendió. “Cuando yo iba en la primaria mi abuelo me traía, tenía como 5 o 6 años. Me gustó y empecé a trabajar por mi cuenta a sacar un carrito yo solo”, eso sucedió cuando tenía 14 años.

Gerardo Máximo heredó este oficio de su padre, a quien desde niño veía preparar la fruta y salir a recorrer las calles a vender. De sus 42 años de vida, 20 los ha dedicado a este oficio. Para Delfino convertirse en camotero fue un cambio en su vida, pues a diferencia de ser albañil, ser camotero es mucho “menos pesado y gracias a Dios (mi familia y yo) vivimos de esto”.

Oficios como el de los camoteros siguen dándole vida y tradición a la ciudad en la que vivimos. Un oficio que se niega a desaparecer y, dado que todo un pueblo se dedica a esto, esperemos que estos personajes sigan recorriendo colonias enteras anunciándose con el tradicional silbido de su carrito.