El secuestro infantil que conmovió a México
Dos días después, EL UNIVERSAL dio a conocer la noticia. En la nota se anunció que los padres, Fernando Bohigas y Ana María Lomelí, ofrecían cinco mil pesos a la persona que diera información sobre el paradero de su hijo; o bien, lo entregara “sano y salvo”.
La investigación quedó a cargo del comandante del Servicio Secreto, J. Jesús Galindo Vázquez.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial se desató en México una ola de secuestros de niños. EL UNIVERSAL publicó el 12 de octubre de 1945 una nota en la que presentaba dos hipótesis para explicar el fenómeno. Primera: los niños eran raptados por gitanos, quienes los empleaban para mendigar; segunda: eran enviados a Estados Unidos para ser vendidos a las viudas de los soldados para cobrar una mayor pensión. Varios casos de niños rescatados confirmaron ambas teorías.
El caso de Fernandito fue distinto. Además, contó con un lujo que los hijos de obreros y lavanderas en la misma situación no se podían regalar. Su padre, ferretero de desahogada posición económica, pudo pagar inserciones en los periódicos. La primera se publicó dos días después de la desaparición. La noticia llegó a todo el país.
Preocupada la sociedad por los plagios, el mismo 12 de octubre en entrevista con esta casa editorial, Carmen Vasconcelos de Ahumada, esposa del diputado Herminio Ahumada, anunció la creación de la Asociación Contra el Plagio Infantil.
La eficacia de las autoridades estaban en tela de juicio. Una falla que el PRI no podía tener en plena campaña presidencial de Miguel Alemán Valdez.
El desenlace. La noche del sábado 27 de abril de 1946, una mujer llamó a la oficina de los Agentes del Servicio Secreto. Pidió hablar con el comandante Galindo. Le informó que Bohigas estaba sano y salvo en una casa de la colonia Moctezuma. Colgó sin decir su nombre.
Acompañado de los agentes Guillermo Bas, Carlos Filio, Vicente Nagar, Jesús Oyerbide y Urbán González, Galindo se dirigió al sitio referido. Rondaron las calles durante toda la noche.
En la mañana del domingo, una mujer hizo sospechar a Guillermo Bas. Baja de estatura y todavía joven, salía y entraba con cautela de su casa, número 5 de la calle 12. El agente dio aviso a su superior. Éste, disfrazado de cartero, vigiló el resto del día.
Por la tarde, una carta llegó a sus manos; el domicilio sospechoso en el remitente. En ella, María Elena Rivera Quiroga avisaba a sus parientes de Teziutlán, Puebla que llevaría allá al niño “a pasar una temporada para que estuviera seguro”. Galindo no vaciló. El niño a quien se hacía referencia en la carta era el pequeño Bohigas.
A las ocho de la noche, un coche de alquiler se paró frente a la casa vigilada. Rivera Quiroga salió acompañada por un hombre. Cargaban a un niño. El auto avanzó, seguido a prudente distancia por la patrulla en cubierto. El primer vehículo se detuvo delante de una tienda, en la calle Mariana del Toro Azorín número 31. Cuando los tres pasajeros entraron, la puerta se cerró.
A primera hora del lunes, el comandante Galindo telefoneó a la oficina del señor Fernando Bohigas: “Hemos triunfado (…) es necesario que venga a la jefatura para que nos acompañe a recoger al niño”, dijo Galindo, refirió el periódico El Nacional.
Padre y detective llegaron al “estanquillo” a las once de la mañana. Fernandito jugaba en una pieza interior. Don Fernando lo había acostumbrado desde los primeros meses de vida a responder a un silbido específico. Al emitirlo aquella mañana el niño corrió al encuentro de su padre. Con ese abrazo y la inmediata aprehensión de María Elena Rivera y su esposo Carlos Martínez Maldonado, se cerró el “caso más sensacional de la historia policial mexicana”, como lo llamó la prensa.
Según palabras del padre, el único indicio de que el niño había estado secuestrado casi siete meses fue su cabello largo. El martes 30 de abril los diarios de la capital anunciaban a ocho columnas el rescate. Era día del niño. Día del niño Bohigas, quien cumplía tres años.
Los padres “adoptivos”. En la Sexta Delegación de Policía, el matrimonio Martínez-Rivera rindió su declaración. Ella dijo ser originaria de Teziutlán, tener 29 años de edad y llevar cinco de casada; que inútilmente inició varias veces el proceso de adopción en la Casa de Cuna dado que estaba imposibilitada para tener hijos. La última vez que visitó la Secretaría de la Asistencia Pública, un extraño le ofreció que a cambio de mil pesos él podía conseguirle un niño ya crecidito. La mujer accedió y al otro día tuvo al niño Bohigas en brazos.
Rivera le dijo a su marido que por fin había podido realizar una adopción. Meses después, Martínez le enseñó el anuncio de “se busca” con el retrato de su “hijo” que publicó una revista ilustrada. Sin dudar que se trataba del mismo niño, en enero de 1946 lo registraron con el nombre de Eugenio Augusto.
La señora agregó que, puesto que la madre de Fernandito tenía más hijos, “acabaría por conformarse con perder uno y olvidarlo”.
Carlos Martínez dijo tener 36 años y confirmó lo dicho por su esposa.
Hasta el año en que ocurrieron los hechos, el artículo 366 del Código Penal ordenaba que a quien privara ilegalmente de la libertad a un menor era acreedor a una pena de entre cinco y quince años en prisión. A partir de ese año, se amplió la condena de diez a veinte años.
Al cine. Tres meses después del rescate se estrenó, en los cines Insurgentes, Savoy y Lindavista, la película Ya tengo a mi hijo, dirigida por Ismael Rodríguez. Blanca de Castejón e Isabela Corona interpretaron a la madre auténtica y a la falsa, respectivamente. El actor principal fue Fernandito Bohigas, en el papel de Fernandito Bohigas. La imagen del cartel era la misma fotografía que apareció en los carteles de “se busca”.
En 1946 los secuestros de infantes causaban la conmoción colectiva de la sociedad mexicana. Hoy en día cuando la Alerta Amber —creada en 1996 para facilitar la búsqueda de niños desaparecidos— suena en las pantallas del metro, pocas personas levantan la vista para conocer el rostro, o el nombre, del niño extraviado.