Mitos de la felicidad social

HOMO POLITICUS

 

Por doquier suelo preguntar ¿tú eres feliz?, la mayor parte de las personas suele decir, sí soy feliz, pero suelen añadir, no hay felicidad completa; más aún, algunos añaden que para ser feliz hay que sacrificar algo, o en ocasiones, sufrir.

 

Pero, ¿no es acaso la realidad cotidiana, de cualquier época civilizatoria, una cruenta realidad que no entraña ni depara felicidad como constante social?, la respuesta está a la vista, sí.

 

Empero, la percepción social sobre la felicidad o sus implicaciones no es ni fue uniforme de época en época, no es una cuestión lineal, por lo que resulta intrincado tratar de establecer lo que implica la felicidad; es una cuestión de contexto, pero hablando de la uniformidad de las sociedades modernas insertas en las economías de mercado, esto reduce la amplitud del concepto y permite desmenuzarlo.

 

Las economías de mercado mutaron la gama axiológica de valores, creando un sincretismo entre las mercancías y el sentido de bienestar, pasando, inclusive, a generar diversos estereotipos de “civilidad”; entonces el consumo se erigió como estandarte de “racionalidad”, así fue como nacieron las sociedades de consumo.

 

Las sociedades de consumo crearon escenarios de banalidad, donde los estereotipos del bienestar y la felicidad se tradujeron al poder adquisitivo; una sociedad feliz consumía y por ende una que no lo hacía, se convertía en una infeliz. Esta percepción, afianzó una carrera desenfrenada por la movilidad social y por ende por el status, había que escalar la pirámide social para ser feliz e incluso, considerado como “persona bien”, entre más bajo era el status, menor era la honorabilidad social y por ende su honestidad.

 

Conocen el dicho que hace referencia al status: si un hombre de dinero va con unas copas encima se dice “que alegre va el señor”, si es pobre “es buey viene borracho”. El dicho no es sólo una frase alegórica, sino la aproximación a una realidad que discrimina desde el poder adquisitivo y sus imágenes de status social.

 

La banalidad de la felicidad desde la sociedad de consumo ha prostituido la dignidad humana. Ha cosificado las relaciones humanas, generando condiciones de desigualdad social, que hacen de la felicidad una prebenda de clase, que se deja ver de arriba hacia abajo, para que los ilusos enfrenten una encarnizada lucha con la realidad.

 

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