
Pido la Palabra
Callados, agachados, no reclaman nada, soportan con estoicismo todas aquellas acciones que sobajan la dignidad, sienten que su destino es “servir”, aún a costa de sus anhelos de “ser alguien”, y por ello se resignan a “ser de otro”; la adversidad termina por avasallarlos y su conclusión es el típico: “uno solo no puede hacer nada”.
Así hay muchos ciudadanos en nuestro México del alma; se dejan gritar por aquel que se siente dueño de máquinas y personas por el solo hecho de tener dinero; ese dinero que los trabajadores ganan para él, y sin embargo, en muchos casos el adinerado no respeta ni en un pequeño gramo la dignidad de su trabajador; los derechos humanos son solo un eufemismo en el trato laboral.
Lo hemos visto en todos aquellos casos en donde el trabajador es regañado por su patrón, y no se defiende, se pudre en ese silencio cómplice de los abusivos; no debe ser nada agradable ver la cara de decepción de un hijo al darse cuenta que el líder de la familia, el padre, el héroe de su niñez, agacha la cabeza ante los insultos de que es objeto en su trabajo.
Pero, ¿por qué muchos mexicanos no protestan?, ¿por qué no se revelan ante las injusticias a las que a diario se ven sometidos?, solo hay tres posibles respuestas: el miedo, la ignorancia o la indolencia.
“El miedo” es un factor natural que paraliza, los hace sentir vulnerables, los somete al terror del desempleo, y ante la posibilidad de perder el trabajo si reclaman sus derechos, prefieren aguantar, quedarse callados y soportar las vejaciones de vivir sin dignidad; seguramente la fragilidad inconscientemente será heredada a sus descendientes; callados antes que perder la chamba, aunque se pierdan los tamaños propios de nuestros orígenes hasta antes de la mezcla de razas.
“La ignorancia” es tan fuerte como el miedo, es otro factor que obnubila el entendimiento; los ciudadanos en general y los trabajadores en particular, en muchas de las ocasiones no reclaman sus derechos con el argumento de que desconocían de su existencia; y por esa ignorancia, mezclada con miedo, se quedan callados cuando el patrón los despide; la ignorancia es el principal aliado del abusivo y uno de los peores consejeros del ciudadano.
“La indolencia”, es la zona de descanso de los conformistas; su argumento es que “mientras no me duela a mí, mejor ni me meto, no vaya a ser que también me toque por metiche”; la indolencia es indiferencia a las desgracias ajenas; la indolencia es una falta de solidaridad; la indolencia nos lleva a quedarnos callados cuando se violan los derechos de los demás; pero exigimos que nos ayuden cuando la desgracia cae sobre nosotros.
Todos estos factores mezclados han ido invadiendo a una parte importante de nuestra población, nos quedamos callados ante los abusos de los poseedores del capital; nos quedamos callados cuando los Senadores o Diputados se autorizan un enorme presupuesto para comprase un coche nuevo o cualquier otra frivolidad; las protestas las olvidamos cuando los diputados y senadores autorizan leyes lesivas que sólo provocarán que nos convirtamos en un país maquillado pero irreal. El silencio nos invade cuando decidimos que nuestra molestia no debe estar por encima de nuestra zona de confort.
No se trata de ser un permanente revolucionario, no se trata tampoco de ser un “rebelde sin causa” (aunque históricamente éstos nunca han existido, pues siempre ha habido miles de causas para ser rebeldes). Se trata de levantar la voz cuando alguien se atreva a violar los derechos que tanta sangre costó plasmar en la Constitución y las leyes secundarias, se trata de hacer eficaz esas normas dispuestas para el buen trato social y no para el sometimiento de los débiles.
El objetivo es reencontrar nuestro principio de pueblo soberano y no de pueblo sometido, y en tal caso, de los primeros fantasmas de los que tenemos que desprendernos es de nuestro propio miedo, de esa ignorancia galopante que nos lleva tan lejos de nuestros derechos, y sobre todo, de esa indolencia que nos tiene calientitos en nuestro abandono y resignación.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.