Mi visión de los gobernadores

FAMILIA POLÍTICA

¡Qué descansada vida 
la del que huye del mundanal ruido, 
y sigue la escondida 
senda, por donde han ido 
los pocos sabios que en el mundo han sido…!
Fray Luis de León.

Alejado del mundanal ruido de la política activa en la que estuve inmerso durante doce gobernadores y medio; no digo sexenios, porque en periodos turbulentos algunos mandatarios duraron poco tiempo al frente de nuestras instituciones locales.
    A raíz de la aparición de mi libro Retazos de mi Vida, escrito en verso (décimas), diversas opiniones de amigos y no tan amigos, me sugieren que llene los inevitables huecos con líneas prosaicas (escritas en prosa).
La vida nos da momentos para reflexionar lo que ha sido un largo pasado, para no dejar sitio a la angustia de un corto futuro. Bajo estas circunstancias, a riesgo de cometer un abuso, recurro a las hospitalarias páginas de Plaza Juárez, para recrear en primera persona, algunas vivencias que me permitieron apreciar “in situ” lo que Don Daniel Cosío Villegas denominó El Estilo Personal de Gobernar, en un trascendente ensayo que escribió con ese título, en la época del Presidente Luis Echeverría.
Decía Don José Ingenieros: “no es lo mismo ser actor que espectador, aunque se tenga boleto de primera fila”; estas palabras contienen un alto grado de verdad, aunque entre el espectador preferente y el actor secundario existe un gran abismo, ya que el segundo puede revisar el libreto tras bambalinas e incluso, interiorizarse en el personalísimo yo de los protagonistas. Finalmente, cada quien habla de la fiesta, como le fue en ella.
Mirando hacia atrás y en perspectiva de lo que es el complicado y cruel mundo de la política. Ahora fuera de él me pregunto ¿Cómo es posible que durara tantos años en algunas posiciones que riñen con mi propia personalidad? ¿Cuántas máscaras se confundieron con mi propio rostro, como sucede en la obra de teatro El Gesticulador, de Rodolfo Usigli? ¿La máscara se queda en el teatro para que la utilice el siguiente actor, o se va en el rostro del anterior…?  Cuestión de estilo.
Como buen profesor normalista, a los diecisiete años llevaba tatuada en la frente la estrella roja de cinco puntas, que me identificaba como férreo e intransigente luchador izquierdista: crear mundos utópicos, ser personaje de guerrilla en algún lugar de la sierra; combatir a la corrupción, sin saber qué es la corrupción; e ir en contra de toda autoridad… en fin, declararse marxista y ateo sin haber leído a Marx y sin lanzar una mirada aún superficial, a lo que las diferentes religiones creen, era la definición de un profesor de primaria: con mucha vocación, con pocos conocimientos y con ganas de una profesionalización más elevada.
Al concluir la Escuela Normal Superior, el entonces Instituto Tecnológico Regional de Pachuca, Número 20, me abrió sus puertas para dar clases en bachillerato: Historia de la Literatura Universal, Taller de Lectura y Redacción; materias filosóficas como Lógica y Ética, me obligaron a dedicar mi tiempo libre y algo más, al estudio para preparar mis clases y no exhibirme como un mal servidor de la educación. Fueron muchas horas intensamente forjadoras de lo que sería después un sólido cimiento cultural.
Izquierdista delirante, sin serias bases ideológicas ni culturales; con facultades para la Oratoria didáctica… Un día, el Director (después mi compadre) Adalberto Rueda Ramos, con su muy particular manera de ordenar, me “rogó” que hiciera favor de hablar ante el entonces Secretario de Educación Pública, Ing. Víctor Bravo Ahuja, quien estaría en una cena con personal del Tecnológico, después de una intensa gira de trabajo, cumpliendo encargos de su alta investidura.
Al principio me negué rotundamente ¿Cómo se vería que yo, el revolucionario, el enemigo del gobierno, diera la bienvenida a un poderoso Secretario, representante del máximo poder de la República? Finalmente, el Director me convenció (la chuleta es la chuleta); hice un discurso que me pareció sencillo, pero fue largamente ovacionado por mis compañeros y por el Secretario de Educación, quien me dedicó elogiosas palabras. Después, Rueda me dijo: Es tiempo que dejes tu papel de enemigo del Estado; a tus veinticuatro años te visualizo a futuro, por lo menos, como gobernador… verás que el tiempo me dará la razón.
Congruente con estas ideas, Rueda me encargó la preparación de los alumnos que participarían en los Juegos Nacionales Intertecnológicos, básicamente en Oratoria y Declamación; para tal efecto, fuimos a la Ciudad de México, nos inscribimos en el Instituto de Superación Personal, para recibir un curso básico de Oratoria y Relaciones Humanas. Tal vez el Capitán Piloto Aviador, R. Breña, Maestro en ambas disciplinas y dueño del ISP, no fuera un tribuno elocuente, pero sí dominaba las técnicas fundamentales en el arte de hablar en público. El TEC de Pachuca conquistó interesantes lauros nacionales, pese a su juventud. En lo personal, obtuve la convicción de que la mejor manera de aprender Oratoria es, enseñarla.
Mi compadre Rueda también me obligó, aunque por medios poco ortodoxos (recordatorios familiares) a continuar mis estudios truncos de Leyes en la UAEH. Así lo hice, con la complicidad de “La Rana” Chávez, mi gran amigo y maestro, aclaro: todo dentro de las normas vigentes.
Consideré necesario este largo preámbulo para relatar, después, desde mi modesta perspectiva, lo que fueron mis experiencias al lado de más de una docena de gobernadores, muy cerca, en algunos casos, distante en otros, pero siempre vigente.
En mis planes inmediatos se encuentra la posibilidad de iniciar una serie de artículos denominada “El Gobernador y yo”. Estará compuesta por bosquejos inspirados en las “novelas por entrega” que Honorato de Balzac y otros personajes tomaron como metodología para construir sus novelas.
     Así, cuando el coronavirus lo permita, reanudaré estos escritos, los cuales, corregidos y aumentados, alguna vez formarán parte de un nuevo libro.

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