México, país de mitos y prejuicios

El Ágora

Twitter: @GerardoVela
 

¡Qué poco basta para detonar la furia del hombre heterosexual promedio! ¡Qué rápido se tornan válidas aquellas “formas” de protestar que apenas hace unas semanas se reprochaban como “incorrectas” al movimiento feminista! ¡Con qué ligereza se justifican actos de violencia, se aplaude la homofobia y se hacen bromas insensibles a costa de aquello que supuestamente no corresponde al absurdo “parámetro de normalidad” Que rige en nuestra sociedad! Y eso, precisamente, es lo que ha sucedido en los últimos días a raíz de la viralización mediática del cuadro “La Revolución”, del artista Fabián Cháirez.
 
La obra retrata al General Emiliano Zapata, sin nada que le cubra el cuerpo, más que una banda tricolor, mientras posa eróticamente sobre un caballo blanco con una erección. Primero, los familiares del “Caudillo del Sur” encendieron las alarmas y amagaron con iniciar un proceso legal en contra del autor, pero desistieron de su intención tras algunas charlas con autoridades de la Secretaría de Cultura del Gobierno Federal.
 
Sin embargo, la noticia corrió como pólvora y llevó a un nutrido grupo de campesinos, integrado por diferentes agrupaciones (Como la UNTA), a bloquear el Palacio de Bellas Artes, recinto donde hasta al día de hoy se encuentra la pintura, exigiendo que ésta fuese retirada. Y aunque inicialmente dijeron que su manifestación iba a ser pacífica, la cosa terminó en una artera golpiza en contra de activistas de la comunidad LGBTI que acudieron al lugar en reivindicación de la libertad de expresión. Hubo también agresiones verbales, como “maricones”, “sidosos”, “pervertidos”, “dan asco”, e incluso a uno de ellos le robaron sus pertenencias. Sólo podemos imaginar lo que Zapata, cuya bisexualidad sugieren, por cierto, diversas fuentes documentales, podría haber pensado acerca de semejante episodio.
 
Pasa que muchos mexicanos asumen los mitos históricos y fundacionales como verdades materiales. Desde el águila parada en un nopal devorando una serpiente, hasta Emiliano Zapata, como arquetipo del macho envalentonado y bravucón. Somos, además, un país al que le gusta idealizar personajes, símbolos y monumentos, pero que olvida o menosprecia las luchas sociales que éstos representan.
 
Se trata, en efecto, de profundas contradicciones. Se alaba, por ejemplo, la cultura y el folclore de los pueblos originarios, pero se mantiene a los indígenas detrás de una vitrina, guardados como objetos de conmiseración, donde no reclamen sus derechos y progreso. Se celebra la idea de ser un país democrático, de derechos y libertades, pero cuando las minorías de la diversidad sexual pretenden visibilizar su realidad, la frágil masculinidad del mexicano delira, echa espuma por la boca, profiere toda clase de consignas virulentas y, como sucedió en Bellas Artes, es capaz de golpear y agredir sin mayor miramiento.
 
 
 
 
Y entonces, al margen de la pertinencia artística de la obra de Cháirez y de la calidad estética que pueda o no tener, lo evidente es que ha sido totalmente disruptiva y que, al menos desde es ese punto de vista, ha logrado su objetivo, que es cuestionar la heterosexualidad como la norma dentro de una sociedad tan machista como la mexicana. Y vaya que es necesario.
 
El odio y la violencia contra “lo diferente” están tan normalizados, que alzar la voz en favor del respeto y la dignidad se juzga, por muchos, como ridículo y exagerado. Sin embargo, claro que necesitamos reconocer que en México hay un problema de homofobia y discriminación. Y si un Emiliano Zapata “feminizado” pone el tema sobre la mesa, bienvenido sea.
 
 

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