Mexicano

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Letras y Memorias

Inundan las calles el verde, blanco y rojo. Tonos que sabemos lo que representan pero que, por alguna razón extraña, aparecen sólo en dos momentos: cuando llega el Mundial de Futbol, o cuando los días patrios aparecen en el calendario. 

Dondequiera que ande uno, se observan las banderas, sombreros de charro, rebozos, rehiletes entintados con los colores sacros de nuestro suelo y, todo cuanto la mente imagine, todo lo que se vende, con esa patriótica alusión hacia la mexicanidad nuestra. 

¿Qué es ser mexicano? ¿Qué? Muchos llevan años preguntando eso y aunque parece que todas las respuestas fueron dadas, la realidad es que conforme los años nos caen encima, más cuesta saber qué es un mexicano, o cómo se comporta una mexicana. 

El mexicano es su humor, su gastronomía y la infinita combinación de sabores, aromas y texturas servidas en un plato; somos las máscaras del Santo, las mentadas de madre a un árbitro y cada canción de cada ídolo que se ha enfundado en el traje de charro. 

Somos la herencia de un pueblo hecho del maíz y su fusión con otras culturas que llegaron para enriquecer estas tierras, y también se enriquecieron a costa de ellas. El pueblo mexicano es ese que suele temerle a los temblores de septiembre, pero que le dedica burlas respetuosas a la muerte cuando se avecina noviembre; somos los que reinventaron la pizza poniéndole frijoles, chorizo y jalapeños, y somos los que rasgamos nuestras vestiduras cuando vemos los tacos gringos. 

Bien podría decirse que el mexicano, la mexicana, es una suerte de entidad dual que sabe abrazar tanto el bien como el mal, y que da lugar en el corazón a la nostalgia, la utopía y la esperanza. Y es que, ser mexicano es lo mismo celebrarlo y anhelar haber nacido en otro suelo cuando va mal todo. Nos enseñaron a celebrar el haber nacido en estas tierras, pero también nos han obligado a buscar el American Dream por culpa de la pobreza en que se sume este suelo conforme van y vienen los gobiernos. Nunca supimos quién era el tal “Masiosare” pero lo vimos como un extraño enemigo, cuando el verdadero y conocido antagonista es ese sentido de sumisión ante un ojo azul.

Ser mexicano es sentirse orgulloso de la piel morena de una virgen a la que los fieles le dicen “mamita”, y a la par, renegar de la herencia indígena que corre por nuestras venas y se refleja en la melanina de quienes hoy vivimos acá. Ser mexicano es permitir que “los güeros” le canten a Guadalupe en el Tepeyac, pero burlarse de que Tenoch y Yalitza reciban el reconocimiento mundial.

Y es que, vuelvo a lo mismo: ser mexicano es una especie de dualidad en donde extrañamente nos enorgullecemos de lo que somos y también negamos nuestro orígen y raíz. Ser mexicano es una extrañeza representada por la solidaridad ante la desgracia y la ignorancia ante el adoctrinamiento al que hemos sido sistemáticamente acostumbrados. 

Por tanto, aquí anda uno, repensando lo que significa ser de este suelo, reflexionando si la Serpiente Emplumada volverá y se sabrá indignada al ver a su pueblo revuelto, o quizás el molesto termine por ser un Dios de oriente que a todos nomás anda prometiendo vida eterna si uno se arrepiente. ¿Arrepentirnos de qué? Si pese a todo y contra todo, una vez que llega septiembre, nada es más satisfactorio que ser mexicano, porque incluso con el racismo, clasismo y aspiracionismo bien clavado en la cabeza, el mexicano es tan así, tan peculiar, que al menos durante ese mes permite que la hermandad patria florezca, un sentido de patria y nacionalismo tan arraigado que hasta el más eurocéntrico de los Santis o Mateos, acaba empapado de verde, blanco y rojo mientras corea con fuerza cada “¡Viva!” cuando nos invitan a que la existencia de México sea eterna. 

Sí, ser mexicano es privilegio y honor; es impotencia ante el pisoteo ancestral y la injusticia social; ser mexicano es gloria y sufrimiento… gloria porque se tiene la bandera más hermosa del mundo y el Himno más  empoderado de todos, y dolor cuando cada 4 años el maldito quinto partido no llega. 

Ser mexicano es aquello que ocurre una noche al año, y que, por lo menos durante un tiempo cada vuelta al sol, permite que todos los valores nobles y rescatables de esta tierra, latan junto a los corazones al ritmo del mariachi; porque ser mexicano, es esa capacidad de reinventarse y ver hacia adelante con la esperanza de que sin importar lo que venga, mañana será mejor que antes. 

¡Hasta el próximo jueves!

Postdata: Siempre es un buen momento para recordarle, querido lector, que nuestros gobernantes y servidores públicos pueden y deben hacer más para que tengamos el México que todos soñamos y merecemos. 

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