Mercadotecnia: la marca y el producto

FAMILIA POLÍTICA

Una de sus principales funciones consiste en evitar el caudillismo. Cuando la personalidad de un candidato es más fuerte que la organización que lo impulsa, por la propia naturaleza humana es susceptible de caer en la tentación del autoritarismo. El dogma de la infalibilidad, no es exclusivo del máximo jerarca de la iglesia católica, también alcanza a caudillos menores.

“Hasta la realidad se equivoca
cuando contradice al Mesías”.

Enajenación popular.

La democracia se concibió para dar poder al pueblo.  Hoy que lo tiene no sabe qué hacer con él.
    En su vertiente electoral, su objetivo práctico es conseguir el voto mayoritario a cualquier precio; sus actores suscriben la máxima de Maquiavelo: “El fin justifica los medios”.
Lejos estamos del ágora ateniense, de los foros romanos, de los debates en las asambleas de París, antes, durante y después de la Revolución francesa.  La voz del pueblo, en teoría, se delega en sus representantes para que éstos gobiernen en su nombre. Lo anterior implica que en una pluralidad de candidatos, ganará aquél que mayormente se identifique con las convicciones, las necesidades, las aspiraciones… de aquella parte de la población de la cual pretende obtener los votos para su triunfo.
La democracia directa, “a mano alzada” en la actualidad es físicamente imposible.  Pregunto: ¿En qué recinto cabríamos los millones de electores para ejercer nuestro derecho y deber de votar?  Obviamente, en ninguno. Por eso recurrimos a la forma representativa, sobre todo en los Poderes Legislativos.
En todas partes del mundo (México no puede ser la excepción), el juego democrático cambia, de acuerdo con sus circunstancias. El pragmatismo nos alcanzó.  La confrontación de valores, ideas, propuestas… transformó sus propias reglas del juego.  Se convirtió en una simple competencia de mercado: los candidatos son productos, sus partidos o etiquetas de “independientes”, son marcas con mayor o menor aceptación o repudio. Así, parafraseando a un amigo médico que perdió una elección municipal, me atrevo a decir que no siempre pierden los candidatos, sino el Partido o el “sin Partido” que los postuló: existen buenos productos con mala marca y buenas marcas con pésimos productos.
No creo en los “candidatos independientes” el apartidismo con raíces éticas no existe.  Aún sin querer, la vorágine propagandística hace que hasta el más fervoroso “ciudadano” tenga filias y fobias al respecto. A riesgo de pasar por anacrónico, reitero mi credo en los partidos políticos como escuelas básicas de ideología y disciplina. Repito: no hay “apartidismo ciudadano” sino vergüenza, hartazgo o resentimiento cuando el instituto político en el cual militamos se aparta de sus principios o no nos da lo que creemos merecer. Por eso la militancia dura se ofende cuando sus abanderados formales reniegan, al mismo tiempo que piden el apoyo de quienes con lealtad y disciplina se pasaron años en el desempeño de las más modestas tareas, siempre luciendo con orgullo unos colores y una ideología que hoy, por moda, sólo inspiran desprecio en buena parte del electorado.
Como su nombre lo indica, un partido es parte de la sociedad que se organiza bajo una declaración de principios, unos estatutos y un programa de acción, para buscar el poder. A saber: Partidos de Estado, hegemónicos, dominantes, competitivos, minoritarios, gremiales, familiares, etcétera. Una de sus principales funciones consiste en evitar el caudillismo. Cuando la personalidad de un candidato es más fuerte que la organización que lo impulsa, por la propia naturaleza humana es susceptible de caer en la tentación del autoritarismo. El dogma de la infalibilidad, no es exclusivo del máximo jerarca de la iglesia católica, también alcanza a caudillos menores.
La mercadotecnia electoral también puede inventar “productos milagro”; hacer de cualquier priísta vergonzante y aldeano, todo un fenómeno de popularidad; un arquetipo del estadista moderno; un mesías capaz de terminar con la inseguridad, el narcotráfico, la corrupción, la deficiencia educativa, el desempleo… con la simple fuerza de su voluntad.  A este personaje, le importan los “Qué” no los “Cómo”, menos aún los “Con quién” y los “Con qué”.
Lo asombroso es que en la misma competencia se encuentren personajes serios, informados, cultos, fogueados en el ámbito internacional, con altas presunciones de honestidad… ellos y ellas registran en las encuestas, muchos puntos por debajo del caudillo populista.  No importan los debates ni la exhibición de sus limitaciones, mentiras, incongruencias… sus seguidores todo le perdonan, incluso consideran que los personajes más corruptos, se vuelven angelicales querubines, simplemente con acercarse a la protección “cuasi divina” del ungido.
A contrario sensu: nada de lo que haga el gobierno, en cualquiera de sus tres órdenes, les parece positivo. Todo denota corrupción, mala fe: ineptitud, en el mejor de los casos.
A estas alturas, los miedos se expanden, se institucionalizan, se manifiestan… las cúpulas políticas, económicas y empresariales del país viven con angustia, con incertidumbre. Seguramente no permanecerán con los brazos cruzados.  
Algunos llaman libertad a las noticias que les convienen pero llaman “complot de la mafia del poder”, a las críticas duras en su contra, vengan de donde vengan. Pretenden ignorar que “a puñaladas iguales, llorar es cobardía”.
La mercadotecnia,se combate con mercadotecnia, en una primera etapa.   Después pueden llegar la violencia, el caos, el autoritarismo… El “México Bronco” puede despertar, olvidarse de que la Patria debe ser nuestro valor supremo. El remedio no puede ser peor que la enfermedad.
Sin embargo, los pueblos tienen los gobiernos que merecen.  Las urnas mandan.

Abril, 2018.

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