Callejón de Sombrereros
Entre las invenciones quirúrgicas que se derivaron de la guerra, no parece la menor la mano artificial de Sauerbruch con dedos móviles que comenzó a implantarse en abril de 1916, hace cien años, en soldados que habían perdido la mano
DATO
En un libro admirable, La guerra secreta en México, Friedrich Katz ha demostrado que el teatro de operaciones de la Primera Guerra Mundial ocurrió subrepticiamente en México, donde convergían intrigas internacionales, intereses poderosos de empresas extranjeras, corrupción no sólo atribuible a los gobernantes, espías no siempre oficiosos, diplomáticos intrigantes y cortesanos, que influyeron en el Putsch de Victoriano Huerta y los sucesivos levantamientos de Pascual Orozco, Pancho Villa, Venustiano Carranza.
En la gráfica y la pintura de Otto Dix abundan los soldados con máscaras antiguas y los veteranos de guerra mutilados como ciertos personajes de novelas como “El Estandarte” de Alexander Lernet-Holenia o “La rebelión” de Joseph Roth. “Estaban ciegos o tullidos”, escribió Roth. “Cojeaban. Tenían la espina dorsal deshecha a balazos. Esperaban una amputación o ya la habían sufrido”. Procedían de la Primera Guerra Mundial y a algunos se les permitía mendigar con su uniforme militar.
La guerra también deparó una forma de medicina porque no sólo causaba muertos, sepultados con frecuencia en tumbas anónimas, en tierra extraña, sino heridos inverosímilmente atroces como los que reprodujeron las fotografías del libro Der Anlitz des Krieges (El rostro de la guerra), algunas de cuyas páginas, refiere Nicolás Sánchez Durá, consisten en “retratos de soldados espantosamente mutilados, a veces con tremendas oquedades en el rostro, en otras ocasiones con horrendas cicatrices y totalmente desfigurados después de las numerosas intervenciones quirúrgicas sufridas, pero todos ellos aún vivos –lo cual se advierte en su mirada.” Como pie de foto se inscribía el nombre del soldado mutilado, su oficio en tiempos de paz, la fecha y el modo en que fueron heridos, el número de intervenciones quirúrgicas y la descripción de las heridas”.
Entre las invenciones quirúrgicas que se derivaron de la guerra, no parece la menor la mano artificial de Sauerbruch con dedos móviles que comenzó a implantarse en abril de 1916, hace cien años, en soldados que habían perdido la mano.
Ferdinand Sauerbruch, jefe de los hospitales de sangre de los Vosgos, había sido liberado del servicio militar, fue nombrado catedrático de la universidad de Zürich y halló un modelo para crear una prótesis con dedos móviles en la mano de hierro forjada por un armero que llevaba Götz von Berlichingen, un oficial que participó en las guerras campesinas de 1525, en Alemania.
Desde hacía un par de años, Europa estaba marcada por las trincheras. Se dice que sólo una guerra mundial podía lograr que se suspendiera un juego de futbol en Inglaterra. Sin embargo, acaso como una leyenda, hay quien refiere que en algunas treguas, en ciertas
partes del frente, los soldados enemigos jugaban futbol.
En un libro admirable, La guerra secreta en México, Friedrich Katz ha demostrado que el teatro de operaciones de la Primera Guerra Mundial ocurrió subrepticiamente en México, donde convergían intrigas internacionales, intereses poderosos de empresas extranjeras, corrupción no sólo atribuible a los gobernantes, espías no siempre oficiosos, diplomáticos intrigantes y cortesanos, que influyeron en el Putsch de Victoriano Huerta y los sucesivos levantamientos de Pascual Orozco, Pancho Villa, Venustiano Carranza.
En las calles Sinaloa y Valladolid del Distrito Federal, un grupo de obreros dirigidos por Refugio Martínez, el Vaquero, entre los que se encontraban su hermano Trinidad, el Pata de Oso, Luis y Agustín Pérez, apodado el Compadre, Daniel Oliva, el Abogado, buscaron nombres bélicos como Lusitania o U-53 para el equipo de futbol que fundaron hace cien años y que sigue llamándose Atlante.