MASACRE ESCOLAR A “LA AMERICANA”

Conciencia Ciudadana

   Cada sociedad genera sus propias formas de violencia escolar y México no es la excepción. Pero los crímenes sucedidos en el ámbito escolar que hasta ahora habíamos visto en nuestro país eran crímenes  relacionados principalmente con la violencia social.
    En cambio lo que sucedió en el colegio “Torreón” en la capital del estado de Coahuila, donde un alumno de 11 años terminó con la vida de dos de sus compañeros  y una maestra, dejando heridos a otros  alumnos  y un docente más, parece ser una copia fiel de crímenes que  suceden en la Unión Americana; donde recurrentemente se presenta  que un alumno cualquiera, muchas veces sin antecedentes de mala conducta y en ocasiones  hasta buen estudiante; inexplicablemente un día cualquiera llega armado al plantel y comienza a disparar  contra sus compañeros y maestros, causando una mortandad devastadora para, finalmente -como sucedió con el joven atacante del Colegio Torreón-, terminar con su propia vida, utilizando las mismas armas con las que minutos antes asesinó a sus víctimas.
    Esta clase de crímenes, recurrentes en las escuelas de la Unión Americana, se convierten de inmediato en  noticia exponiendo hasta los mínimos detalles del evento. Pero lo que nunca se llega a decir son las causas profundas del extraño comportamiento  por el que los que niños, adolescentes e incluso jóvenes universitarios aparentemente “normales” se convierten, de un momento a otro, en asesinos y, finalmente, en suicidas.
    ¿Cuál es entonces el origen de este comportamiento? Al igual que la mexicana, la sociedad norteamericana contiene en sí misma los gérmenes patológicos que explican estos arteros asesinatos en los espacios educativos; pero  igual que en nuestro medio, en EU dichas causas se callan, porque  reconocerlas sería insoportable para la sobrevivencia del  sistema educativo y, más allá de éste para la existencia del  propio sistema de poder al cual sirve la escuela, a la que impone sus fines y sus objetivos, así como sus patologías, prejuicios  y aberraciones.
   El sistema educativo norteamericano, ejemplar  durante una época, contribuyó a la divulgación de la ciencia, la tecnología y a la adopción de los valores democráticos de la sociedad capitalista de la posguerra, buscando ser imitado en casi todo el mundo, incluyendo países  y culturas  totalmente distintas a la norteamericana con la esperanza de lograr los resultados obtenidos por el poderoso imperio del norte.
   Sin embargo, esa ilusión terminó por venirse abajo; porque por màs que lo intentaron, los  países periféricos jamás alcanzaron los niveles de la educación norteamericana a pesar de imitar su organización escolar, sus programas de estudio y destinar enormes recursos financieros al desarrollo de la ciencia, la tecnología y la aplicación de pedagogías  promotoras de la competencia y el éxito individual. 
   Durante las pasadas décadas, esa visión de la educación fue infructuosamente perseguida en México, porque además, las agencias internacionales –subsidiarias de los recursos financieros norteamericanos-, se empeñaron en implantarlas en nuestras escuelas; pese a las diferencias culturales, sociales, históricas y educativas de nuestro país con los Estados Unidos.
   La imitación servil de la educación capitalista destinada a la infancia y la juventud mexicanas rompió con una experiencia; heredera de grandes proyectos educativos que fueron intencionalmente arrojados a la basura descalificándolos como “tradicionales”, término que llegó a significar atraso, ignorancia y fracaso;  dejando a un lado –intencionadamente-,  el inmenso legado  de la experiencia educativa mexicana con el humanismo novohispano; la pedagogía ilustrada de la reforma, el neo humanismo y la educación socialista de la revolución y sus grandes instituciones tales como la universidad nacional, la Secretaría de Educación Pública, la educación normal, tecnológica y los centros nacionales de investigación científica y social, cuyo desarrollo fue obstaculizado deliberadamente por los gobiernos neoliberales, empeñados en alcanzar los famosos “estándares internacionales” con los que se pretendía integrar al mexicano al mercado global, lejos de  los valores de la solidaridad, el nacionalismo;  el conocimiento cientìfico, el arte y las humanidades, que en el modelo “tradicional” actuaban como los principios rectores de la educación mexicana. 
   Además, el abandono de la tradición educativa mexicana fue acompañado de la  promoción  de los valores morales y sociales mercantilistas a través de los medios masivos de comunicación –especialmente la televisión-, que durante décadas se dedicaron a conformar la conciencia del pueblo mexicano bajo las costumbres, modales, valores y perspectivas del mundo y de la vida del capitalismo norteamericano; provocando que las nuevas generaciones  terminaran adoptándolas como verdades universales; entre ellos, el egoísmo individualista, donde el éxito personal importa más que la solidaridad y la responsabilidad social;  el espíritu de competencia basado en la ley del màs fuerte y la eliminación del débil; el machismo violento y pendenciero; el racismo y el consumismo insaciable entre otros valores. 
   El resultado social y educativo de la larga noche del liberalismo (la cual no ha concluido, aun cuando veamos ya los albores de una nueva época) ha sido devastador; pero quienes han padecido con mayor encono su agresividad han sido, como siempre los màs débiles: las familias destruidas, los niños abandonados a la influencia de la televisión y los juegos electrónicos; la violencia de género, la drogadicción y la soledad extendidas en todos los sectores sociales.
   Ante ese panorama, la escuela mexicana es señalada frecuentemente como causante de la pérdida de valores sociales; además de los bajos estándares de rendimiento exigidos por el sistema económico mundial a los países “en vías de desarrollo”. 
   Pero la escuela no es la culpable de que las costumbres de las nuevas generaciones hayan adquirido características semejantes a las de una sociedad en decadencia como es la norteamericana.   Han sido los valores del  mercantilismo neoliberal los que se encuentran tras las costumbres que las jóvenes generaciones están asimilando como forma e ideal de vida (y de muerte) para sus existencias, al no contar con otra alternativa que seguir; otro ideal por el cual guiarse. Y ese es justamente la causa que debemos atender antes de juzgar a la escuela  como culpable de los crímenes cometidos en sus espacios.
Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS CON NOSOTROS.

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