PEDAZOS DE VIDA

En la vida siempre hay un maestro que recordar. Sobre todo,  aquellos que,  convertidos en faros, alumbraron nuestro camino vocacional, los maestros y maestras que con un cúmulo de conocimiento fueron luciérnagas que asombraron al grupo con sus exposiciones en la oscuridad de la ignorancia. Así es mi sentir en este camino de aprendizaje, así es mi percepción hacia aquellas personas que buscan transmitir el conocimiento para que los alumnos crezcan y tengan mayores oportunidades en su vida profesional. 

El conocimiento es el arma que dan sin soberbia ni tabiques, con la sencillez de ser maestros y maestras en cuyos corazones se alberga la esperanza de ser motores de una transformación social, hombres y mujeres que sueñan con una sociedad más justa y con alumnos que se convertirán en guerreros que brindarán honor y reconocimiento a la casa que los ve crecer. 

Y aunque haya cientos de personas que dentro de un aula asumen el papel de docentes frente a un grupo, pocos son a los que se les puede dar el título de “maestro”. La admiración, el respeto y la palabra maestro son tres términos que no cualquier persona se gana dentro del aula, y eso es lo que nos permite reconocerlos, ya que todo lo anterior se gana con empatía, transmisión de conocimientos y congruencia entre lo que se enseña y se aprende. 

Hay cientos de relatos que podrían mostrar lo que es ser maestro, pero en esta ocasión he querido aprovechar para compartir, este pedazo de vida convertido en pensamiento. Lo único que busco hacer en este espacio, es reconocer con todo el corazón a los maestros y maestras  que recibieron el llamado vocacional para transmitir conocimientos, aquellos que transforman vidas y que en su momento tocaron también mi alma para hacer con pasión cada una de las actividades que desarrollo en mi vida profesional y en mi vida personal. Gracias.