Los temas y sus fuentes

FAMILIA POLÍTICA

“Ayer soñé que veía
a Dios y que Dios me hablaba;
y soñé que Dios me oía…
Después soñé que soñaba”.
Antonio Machado.

Escribir requiere algo más que la disposición de sentarse a dictar con espontaneidad lo que venga a la mente; en realidad, la primera dificultad es elegir el tema, más aún cuando, desde el primer intento, no es mi intención redactar noticias, cuyo interés es efímero por definición. Pretendo, más bien, pergeñar breves ensayos cuya vigencia se prolongue por un tiempo mayor. En esas condiciones, la “inspiración” está donde menos se espera; puede ser en la prensa escrita, en la radio, en la televisión, en alguna promoción comercial e, incluso, en la dimensión onírica.

Los sueños, generalmente, son manifestaciones del subconsciente que, de pronto, parecen cobrar vida en el mundo de la consciencia; por ejemplo, platicar con Dios, aterrorizarse con la presencia de algún ente diabólico; conversar o vivir aventuras con seres queridos que ya se fueron o incluso, con amigos, enemigos o gente indiferente, que se manifiesta sin razón aparente. Escribía Calderón de la Barca, en La Vida es Sueño:

“Sueña el rico en su riqueza/que más cuidados le ofrece;/sueña el pobre que padece/su miseria y su pobreza;/sueña el que a medrar empieza,/sueña el que afana y pretende,/sueña el que agravia y ofende;/y en el mundo, en conclusión,/todos sueñan lo que son,/aunque ninguno lo entiende”.

En algún lado escuché una pregunta que un supuesto niño hacía a un supuesto interlocutor: ¿Para qué sirven las matemáticas? Obviamente, el mensaje no contenía la respuesta; cruelmente me condenó a seguir en la ignorancia.

Una oportuna revelación acudió en mi auxilio y, dormido, alguien aconsejó desde algún rincón de mi inconsciencia: “Escribe algo similar…” Conservé la reminiscencia, ya despierto y especulé: ¿Por qué los jóvenes deben aprender Filosofía?; entonces me dije: ¿No será un mensaje de algún filósofo olvidado, en estos tiempos en que es más importante tener que saber?, por eso, viéndolo bien, me atrevo a incursionar de manera sencilla en el extraño y olvidado universo de la historia de las doctrinas filosóficas.

Los jóvenes, generalmente en bachillerato, se asombran ante la aparente simplonada de que Tales de Mileto es el primer filósofo que registra la historia, sólo por afirmar que “todo cuanto existe, proviene del agua”; claro está; a la mayoría, dentro del estereotipo judaico-cristiano, se le hace más creíble que el espíritu puro de Dios, flotando por encima de las tinieblas, dijera: “Hágase la luz” y la luz se hizo, de la misma manera que todas las creaturas del universo.

El mérito de Tales y de los presocráticos, consistió en buscar el principio ontológico de la materia, en la materia misma (“Nada se crea, nada se pierde, todo se transforma”: Lavoisier), no en un creador de naturaleza ideal, sin presencia en el tiempo ni en el espacio. Anaxímenes decía, por ejemplo, que el origen de todo estaba en el aire y Empédocles, en los cuatro elementos fundamentales: agua, aire, tierra y fuego. A ninguno se le ocurrió que la materia tuviese un creador inmaterial. Éste es el fundamento de la eterna pugna entre idealismo y materialismo; controversia que trasciende los campos de la Ontología (tratado del ser), para incursionar en la Metafísica y en la religión.  La importancia de comprender lo anterior, debe ir más allá de pasar un examen escolar. Desde luego, para una educación con tintes religiosos, estas reflexiones pueden parecer peligrosas y subversivas.

Conocer a Sócrates es algo más que aprender sin comprender su frase “Yo sólo sé que no sé nada”, de profundizar en el “conócete a ti mismo”, en la idea de visitar mercados, sólo para mirar “todas las cosas que no necesito”, o afirmar que “no hay hombres malos, sólo ignorantes”, y que los gobernantes causan el mal, “porque no saben dónde está el bien”. Este viejo maestro, con su vida nos dio sencillos ejemplos de humildad y con su muerte, una sublime lección de Ética y Política, cuando aceptó tomar el veneno (cicuta) por su propia mano, en cumplimiento de una resolución judicial. Sabía que la sentencia era injusta, pero también que, en un Estado de Derecho, la Ley está por encima de la Justicia.

Pudiera parecer irrelevante que este personaje, con apariencia de mendigo, haya sido sofista. Recordemos que este gremio estaba integrado por maestros de Retórica, demagogos que cobraban por enseñar el arte de la argumentación; para ellos el objetivo no era tener razón ni descubrir la verdad, sino ganar cualquier discusión con tesis ciertas, falsas o mentiras con apariencia de verdades. Al darse cuenta del espíritu que inspiraba a estos comerciantes de la palabra (entre ellos Protágoras, quien pasó a la historia por su frase relativista “El hombre es la medida de todas las cosas”), renegó de ellos y se volvió su crítico más acervo. Esto no quiere decir que olvidara sus enseñanzas, es ampliamente conocida su afición por deambular en lugares concurridos y platicar con políticos, pedagogos, filósofos y otros individuos con fama de sabios, para acribillarlos con una serie de preguntas que, pese a su aparente obviedad, metían en aprietos a cualquiera que no fuese dueño de un pensamiento ordenado y de un lenguaje claro y correcto.
Muchos prestigios cayeron; muchas arrogancias se deshicieron ante las “impertinentes” preguntas de quien se declaraba inocente y decía “Yo sólo sé que no sé nada”, antes de continuar su camino esbozando una cínica sonrisa. Él se autonombraba “mayéutico” (la Mayéutica, en el sentido griego, era el arte de la partera), tenía la certeza de que los conocimientos ya están en el ser humano, solamente hay que sacarlos de la mente, como los hijos salen del vientre de su madre.

Ya se ha dicho, este ser extraordinario jamás escribió una línea, fue su discípulo, Platón, el brillante pensador y poeta quien utilizaba a su maestro como personaje principal en sus monumentales escritos conocidos como “Diálogos”; por ejemplo, en la “Apología de Sócrates”, describe con claridad y belleza el proceso jurídico del filósofo, los ataques de sus detractores (Anito, Melito y Licón) y su propia defensa, tranquila, con base en argumentos lógica y jurídicamente irrefutables. Aun así, el tribunal lo sentenció a muerte.

En otro Diálogo, Platón relata los inútiles razonamientos de Critón y otros discípulos, para que el sentenciado se fugara al extranjero sin problemas. La respuesta siempre fue “¿Cómo podría pregonar el respeto a las leyes, si soy el primero en romperlas?”

Ante este universo de posibilidades, mejor regresemos a los orígenes de estas líneas, pues según Calderón: “Dicen que la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

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