Los riesgos de la desconfianza

FAMILIA POLÍTICA

Algunos “piensan” que no podemos estar peor (quien no conoce el infierno, está seguro de que vive en él).  Salir del error puede costar muy caro.  Permítaseme una vez más recurrir a esta reflexión, que es casi un lugar común: “en su ansia por vivir mejor, una sociedad desesperada no sigue a nadie o, sigue a cualquiera”.

“Salió peor el remedio que la enfermedad”.

Sentencia popular.

“Ha quedado demostrado que el poder cambia a la gente, pero ¿hasta qué punto un hombre puede engañarse contra la realidad? Ese es el caso del Doctor Ávila Puig quien vivió el proceso de ser candidato a la presidencia y posteriormente presidente de un país muy semejante a México.
    Esta novela con la que culmina la serie “La Costumbre del Poder”, más que la historia de un hombre y su ascenso al poder, es la historia de la caída de un país por los excesos de sus gobernantes. Más que una novela política, es un aviso para evitar repetir la historia”.
El texto anterior es sinopsis de un libro de Luis Spota, quinto y último eslabón de la cadena: “Retrato Hablado”, “Palabras Mayores”, “Sobre la Marcha”, “El Primer Día”… forman una radiografía política en la segunda mitad del siglo XX, que culmina con: “La Víspera del Trueno”.
En aquel hipotético Estado, la corrupción, la inseguridad, el desempleo, la lucha por el poder, en su expresión más pragmática (al margen de toda norma o principio de ética), la pérdida de confianza en las instituciones y en los servidores públicos encargados de ellas… son caldo de cultivo para un estallido social, cuyo triunfo se cristaliza con la instauración de un nuevo sistema de gobierno.  Poco tiempo después, manos anónimas (que nunca faltan en un régimen, por represivo o revolucionario que pudiera ser), pintaron en la fachada del Palacio Nacional, la popular máxima que el pueblo repetía: ¡“Salió peor el remedio que la enfermedad”!
La frase “Los pueblos que se niegan a aprender de su historia se condenan a repetirla” se atribuye a Confusio, Santayana, Lord Acton y a algunos más.  No interesa, en este caso el origen, sino el contenido.  En el México de hoy, el hartazgo se percibe en todos los estratos sociales.  Dentro de este escenario juegan papel preponderante dos actores sin rostro (cuyos nombres son muy parecidos): los medios y los miedos.  Ambos son partes del poderoso motor que orienta o desorienta a la opinión pública.
En la actualidad, buscar culpables parece una obligación nacional.  Mirar cómo ruedan las cabezas de políticos, otrora poderosos, es venganza social; catarsis disfrazada de esperanza.

Cuando con los nuevos “próceres”, las cosas siguen igual o empeoran, queda claro que los chivos expiatorios sirven para cargar culpas, no para aportar soluciones.  Los árboles que caen sólo son buenos para hacer leña.
La rabia es un factor que distorsiona la objetividad crítica: prensa, televisión, redes sociales, charlas de café…  de buena o mala fe, consciente o inconsciente, se encargan de exacerbar los ánimos; de exagerar virtudes y/o defectos de los protagonistas en el teatro de la República, de acuerdo con las muy particulares “filias” y “fobias” de quienes emiten prejuicios, en lugar de juicios.  En estas actitudes se engendran los miedos.  Se desea el cambio, pero al mismo tiempo se teme llegar a él.  Recordemos a Sor Juana:

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Una opinión pública como la nuestra, con información deficiente, se deja llevar por el rumor: cree saber qué no le gusta; quiere orientar el cambio, pero ¿hacia dónde?  Cuando se confunde el conocimiento con la opinión, crece el riesgo irreversible de equivocarse: un paso atrás, puede llevar a la repetición de los errores y hacia adelante, al precipicio.
Algunos “piensan” que no podemos estar peor (quien no conoce el infierno, está seguro de que vive en él).  Salir del error puede costar muy caro.  Permítaseme una vez más recurrir a esta reflexión, que es casi un lugar común: “en su ansia por vivir mejor, una sociedad desesperada no sigue a nadie o, sigue a cualquiera”.
En este momento existen alternativas aparentemente opuestas, que se encarnan en dos personajes: uno supuestamente de izquierda, otro de la derecha más tradicional y recalcitrante.  Parecerían absolutamente incompatibles, excluyentes… sin embargo presentan características comunes: son mesiánicos y ambos se quitan su propia chaqueta (o chaleco), para ponerse otra de cualquier signo.  No tienen color de identidad.  Los miedos justifican los medios.
Ojalá y los mexicanos al votar tengamos presente el epílogo de Spota para no caer en él: “Salió peor el remedio que la enfermedad”.

Enero, 2018.

Related posts