• La pintura que hace alusión a una mañana de noviembre de 1519, en la que el emperador y el español se vieron por primera vez
Sobre la calle de Pino Suárez y República de El Salvador, en el Centro Histórico, se encuentra una reproducción de la obra del artista novohispano Juan Correa (1646-1716), la cual lleva por título “El Encuentro de Hernán Cortés y Moctezuma”.
En el sitio, que pasa inadvertido para automovilistas y ciudadanos, está la pintura que hace alusión a una mañana de noviembre de 1519, en la que el emperador y el español se vieron por primera vez.
En esa misma esquina, caminando por República de El Salvador, a tres calles del Zócalo, se encuentra el templo de Jesús Nazareno e Inmaculada Concepción, junto a éste, sobre la banqueta y frente a un puesto que vende billetes de lotería, a tres metros del suelo, hay una placa que indica el lugar donde están los restos de Cortés.
Alejado de algún filtro de vigilancia, el histórico sitio es un refugio de gente en situación de calle, sin que nadie o algo resalte su importancia.
El peregrinar del conquistador
La llegada de los restos a la iglesia de Jesús Nazareno es una historia que inició el 2 de diciembre de 1547, cuando Cortés falleció en Sevilla. El monasterio de San Isidro del Campo, en España, fue su primera morada mortuoria. El español quería volver a la tierra que conquistó, por eso dejó en su testamento su anhelo de regresar a Coyoacán.
Sin embargo, el monasterio que había ordenado levantar para que fuera su estancia no se concretó, por lo que estuvo por más de 50 años en la iglesia de San Francisco de Texcoco.
Con la muerte de su último descendiente varón, un nuevo destino le deparó: un templo franciscano fue su nuevo hogar hasta 1794. Después fue trasladado al lugar que él deseaba para ser enterrado: la iglesia de Jesús Nazareno.
En 1823 los restos trataron de ser profanados, lo cual provocó uno de los capítulos más controvertidos de la historia, ya que por 123 años estuvieron desaparecidos y casi nadie sabía su paradero.
Un hombre conocía lo que había pasado. Lucas Alamán, quien ante el miedo de que la tumba fuera deshonrada, creó un plan para que se pensara que los restos estaban en Italia.
Los restos fueron ocultos bajo una tarima del Hospital de Jesús, después su destino fue un muro en la iglesia de la Purísima Concepción.
Alamán sabía que los restos podían caer en el olvido tras su muerte, por lo que colocó en la embajada de España un documento en el que se daba a conocer su paradero, el cual fue descubierto en 1946. Fue Indalecio Prieto quien reveló el secreto y comenzó la búsqueda, los restos fueron colocados de nuevo donde por primera vez el emperador y el conquistador se conocieron.