Dicen que los cementerios están llenos de gente que se creía imprescindible. En América Latina, también las urnas suelen estar repletas de ex presidentes que se tienen a sí mismos como irreemplazables. El caso de Rafael Correa, que antes de irse ya amenaza con regresar, es apenas el último de una extensa lista de mandatarios contagiados por la tentación de recuperar los sillones, despachos y palacios que ocuparon durante años. Y a menudo lo consiguen.
A sus 53 años y tras una década en el Palacio de Carondelet, Correa asegura que volverá a presentarse si los ecuatorianos entregan el Gobierno a la oposición y “destrozan todo lo logrado” durante su mandato. Un discurso comparable al de Lula da Silva, de 71, que lleva tiempo calentando la precampaña de 2018 para defender su legado y reconquistar el poder que los diputados y senadores brasileños arrebataron a Dilma Rousseff y su Partido de los Trabajadores (PT).
“Que se preparen, porque, si es necesario, voy a ser candidato otra vez”, advirtió Lula en enero. En realidad, nadie puede reprocharle que alguna vez haya ocultado su deseo incontenible de retornar al Palacio de Planalto. Así lo reconocía ya en diciembre de 2010, dos semanas antes de pasar el relevo a su ex ministra Dilma: “No puedo decir que no volveré, porque estoy vivo y soy un político nato”.