LOS PELIGROS DE LA VICTORIA

LOS PELIGROS DE LA VICTORIA

Familia Política

Aconseja Robert Greene, en una de sus Reglas del Poder: “El momento del triunfo es a menudo el momento de mayor peligro. En el fragor de la victoria, la arrogancia y un exceso de confianza en sus fuerzas, pueden llegar a impulsarlo más allá de la meta que se había propuesto en un principio, y al ir demasiado lejos, serán más los enemigos que se creará, que todos los que logre vencer. No permita que el éxito se le suba a la cabeza. No hay nada como la estrategia y la planificación cuidadosas. Fíjese un objetivo y cuando lo alcance, ¡deténgase!”

La victoria tiene nombre de mujer; como tal, es mala consejera. Suele ser un diablillo malévolo que nutre de tentaciones la personalidad del ser humano que la conquista. Esto no es misoginia, sino homenaje a la inteligencia e intuición que acompañan a la belleza seductora de las féminas. Efectivamente, a lo largo de la historia se ven ejemplos de mujeres que estuvieron detrás o al lado de importantes personajes. Me pregunto ¿Cuál sería la imagen de Pericles, si no hubiese estado a su lado la portentosa personalidad de Aspasia? ¿Sansón tendría completa su figura, si no se asociara con la poderosa maldad de Dalila? Romeo, sin la influencia de Julieta ¿Se habría suicidado? ¿La conspiración de Miguel Hidalgo y los suyos, sería la misma sin el complot complaciente de Doña Josefa Ortiz de Domínguez?… y así podríamos continuar ad infinitum.

La victoria que es motivo del presente texto, está muy lejos de ser la clásica representación de una alada dama, que ciñe con una corona de laurel la frente de los triunfadores, en las gestas políticas que diariamente se desarrollan en el hábitat del género humano, sobre todo en aquellos ámbitos en los cuales la democracia es principio fundamental, orientador ético y normativo de su forma de vida.

“Haiga sido como haiga sido” (dijera el clásico), todo triunfo, grande o pequeño, suele hacer que quien lo consigue pierda, incluso, la consciencia de sí mismo. El éxito es una inyección de poder, de grandeza, de confianza en quien lo alcanza. Esto me recuerda la fábula del gallito peleonero que derrotó a todos sus competidores dentro del corral; la admiración de las pollitas y la envidia de los otros gallos, nutrió su espíritu y sus alas para subir a lo más alto del techo en aquel improvisado recinto; desde arriba, insufló su pecho y lanzó un canto triunfal. Tal demostración de poder llamó la atención de un águila quien, en vertiginosa picada, cayó sobre el campeón para llevarlo al nido y nutrir a sus polluelos.

Acostumbrados a que la historia la escriben los vencedores, nos olvidamos de los vencidos. ¿Cuál es la visión de los que pierden? ¿Qué piensan ellos del triunfador? ¿Hasta qué punto la madurez los lleva a admitir su derrota? ¿Cuál sería el escenario si la contienda hubiera resultado al revés?… Todas estas interrogantes nutrirán, durante lapsos variables, la actitud de quienes pudieron ser y no fueron. 

Algunos grandes personajes se acostumbran tanto al éxito, que creen que toda su vida será una sucesión de ellos; no conocen ni conciben el sabor de la derrota; incluso, cuando después del último escalón de su ascendente carrera, se inicia la decadencia; se empeñan en creer que siguen subiendo, cuando en realidad, ya comenzó el camino del descenso. “Los dioses ciegan a quien quieren perder”. Cuando los soberbios se hunden, los dioses se burlan de él, se divierten. Por eso, aunque en la racha de triunfos, nuestros personajes no hagan caso de nadie, nos toca adoptar la actitud del esclavo de Julio César, del cual ya hemos hablado, cuya única obligación consistía en jalar la túnica del orador cuando estaba en tribuna, sintiéndose semidios, al mismo tiempo que le decía: “César, acuérdate que eres mortal”.

Al respecto escribí, hace ya algunos ayeres, el siguiente soneto:

La victoria no nuble tus sentidos.

No pierdas la conciencia de ti mismo;

Exceso de confianza, triunfalismo…

Nutre la cruel visión de los vencidos.

Párate, retrocede… los sonidos,

La sutil tentación del narcisismo.

Son trampas de los dioses del abismo

Para hundirte y reírse, divertidos.

 Antes de dar un paso más ¡detente!

Mide tus ritmos, pausas, improvisa…

No tienes en llegar ninguna prisa.

Ten rígido control de cuerpo y mente,

Como elefante que, pausadamente,

Elige los terrenos donde pisa.

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